Opinión

La verdadera alegría

Ya decía Santo Domingo Savio que hacía consistir la santidad en estar siempre alegres. Es la alegría que se celebra en este III Domingo de Adviento el santo y seña de la vida cristiana. Al menos debiera serlo porque toda la fe de los creyentes en Jesús de Nazaret debiéramos tener como norte el acto central de su vida, que ha sido la Resurrección que supone el gozo del triunfo para todos sus seguidores. Alegría pese a tantos problemas como todos tenemos en el devenir de nuestras vidas, condicionadas por los entornos personales y sociales e incluso climatológicos. Muchos los avatares que debiéramos saber superar si nuestras miradas se fijan en esa meta que a todos nos espera y que es el definitivo triunfo sobre la muerte, porque habremos de recordar siempre que el cristianismo es religión de vivos y nunca de muertos. Aquello de la mañana de Pascua. La Magdalena, que era una pecadora, fue al sepulcro creyendo que estaba allí enterrado. Tuvo que ser el que ella creía que era un hortelano el que le repitió que aquel lugar estaba vacío: “No busquéis entre los muertos al que vive”.

Por eso, tanto en la Cuaresma como en el Adviento, que son momentos de preparación y penitencia, se colocan los domingos dedicados a la alegría para recordarnos que es la vida y la alegría las que deben orientar los quehaceres del creyente. Claro que estamos viviendo momentos muy difíciles a todos los niveles y las cuestiones políticas igualmente crean crispaciones e incluso malestar. Incluso crispaciones sociales. El “juguete” que es este planeta estamos viendo, y nos lo recuerda la Cumbre del Clima, está siendo tratado muy mal. Y en el fondo toda esta lista de contratiempos o problemas brotan de una gran falta de solidaridad. Cada uno, cada país, va a lo suyo en esa cultura del tener que todo lo embota y trastorna. Es un panorama, el del mundo actual, muy deprimente, con guerras por doquier y conflictos de todo tipo, incluidas las atrocidades terroristas y la violencia de género. Vemos crímenes terribles e incomprensibles para un mundo que se llama “civilizado”, hasta en los contenedores.

Pese a todo este panorama, nunca sería correcta cualquier celebración religiosa en la que los participantes mostrasen un rostro agrio o triste. Por eso todos los bautizados debieran recibir continuamente un curso sobre la alegría también para los momentos difíciles para las ocasiones de contrariedades que todos poseemos. Antes de nada y por encima de todo está la tónica que emana de la mañana de Pascua. Todos tenemos que elevar el ánimo, mirar hacia delante y caminar sin perder el norte por mucho que truene o llueva. Aquello, si me permiten, atribuido al Quijote: “Amigo Sancho ¿ladran? Pues cabalguemos”. Y eso siempre.

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