Opinión

Los pobres

Jesús no propone la pobreza ni como modelo de virtud ni como desprecio de los bienes materiales o por motivos puramente ascéticos (Mc 14, 3-9), sino como modo de ser persona y feliz: Bienaventurados los pobres (Mt 5, 3), son bienaventurados los pobres y Dios despide a los ricos vacíos (Lc 1, 52), el dinero nunca genera solidaridad o felicidad.

El amor al dinero genera miseria, injusticia, insolidaridad, hambre, paro… El dinero y la riqueza crean más problemas de los que resuelven. Sea en el ámbito familiar, laboral, social o político. Media humanidad pasa hambre mientras la otra media está harta. Quien confía en el dinero termina teniendo dinero y solamente dinero. Unos confían en sus carros de combate, otros en sus misiles, otros en su dinero. Nosotros debiéramos confiar en nuestro Dios.

El ídolo dinero (Mammon es una palabra aramea que significa “dios de la avaricia”) genera un ansia insaciable. Amar el dinero es como querer saciar la sed con agua del mar. El dinero constituye una continua fuente de preocupación para los seres humanos, impropia de los seguidores de Jesús. Y la pobreza crea libertad, nos hace libres ante las cosas. El dinero, el amor al dinero, da cosas, pero crea una esclavitud radical. El dinero promete paraísos terrenales, pero en el fondo es lo más parecido a la droga: crea adicción.

Dios libera, el dinero esclaviza. El dinero ni cree en Dios ni en el hombre. Creer en el ser humano cambiaría muchas situaciones en la vida, en la sociedad, en la convivencia. Dios y el humanismo se llevan muy mal con el dinero, dos principios que ven la vida de modo antitético, dos motores que encauzan la vida por derroteros opuestos. Una cosa es ver la vida desde el humanismo cristiano y otra, desde la patria, el placer, el fanatismo religioso o desde el dinero.

Si la finalidad en la vida es ser rico, entonces la justicia, la paz, los pobres y el hambre saltan por los aires. Esto tiene poco que ver con aquello de que todos vosotros sois hermanos, dad el dinero a los pobres, seréis felices en la pobreza. Por muy difícil que parezca la pobreza, es algo bueno. La pobreza, como la libertad, como la bondad, acontecen en el fondo de nuestro ser, de nuestra alma. Quiero ser libremente pobre para vivir despegado de las cosas. 

Como el tema así lo requiere, vamos a dedicarle dos domingos al tema de la pobreza. Nos recuerda el Evangelio de hoy que estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. En definitiva, tenemos que dar testimonio de lo que decimos creer. Ya lo dice el refrán, que vale más una imagen que muchas palabras.

Precisamente celebramos el día del martirio del santo del Tameirón, san Francisco Blanco, quien, desde la cruz nos dio el testimonio contundente para la unidad de la Iglesia: “Un solo rebaño y un solo pastor”. Ese es el camino que aquel buen gallego nos dejó desde tierras lejanas. 

Tal vez pasamos muchas veces por nuestro Pórtico del Paraíso de la Catedral ourensana sin ver el testimonio que allí al lado nos da el incomparable santo del Tameirón.

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