Opinión

Navidades diferentes

Humanamente estas fechas son siempre para el recuerdo e invaden el corazón del pueblo y los sentimientos de tristeza por la ausencia de seres queridos. Siempre, pero más en las actuales circunstancias, el dolor y la pena se apoderan de los seres queridos de quienes nos han dejado. Muy tristes recuerdos sobre todo cuando en esta situación en la que han sido muchos los que se han ido en la más triste soledad. Y en estos días previos a la Navidad que vamos a vivir de modo diferente, los recuerdos se agolpan en nuestros huérfanos hogares. Contemplar lo que hemos visto, cómo eran enterrados seres queridos sin compañía y en soledad, del hospital al sepulcro, es desolador. Muy tristes escenas. Pero los creyentes tenemos que afrontar con fe estas fiestas.

El gran San Agustín de Hipona nos dejó, entre otras muchas, unas palabras de gran consuelo para la fe. Dice él: “La muerte no es nada. Yo sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, vosotros sois vosotros. Lo que éramos unos para los otros, lo seguimos siendo. Llamadme por el nombre que me habéis dado siempre. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No lo uséis con un tono diferente. No toméis un aire solemne o triste. Seguid riéndoos de lo que nos hacía reír juntos. Sonreíd, pensad en mí. Que se pronuncie mi nombre como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra. La vida es lo que es, lo que siempre ha sido. El hilo no está cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente, simplemente porque estoy fuera de vuestra vista? Os espero… No estoy lejos, sólo al otro lado del camino… ¿Veis?, todo está bien. Volveréis a encontrar mi corazón. Volveréis a encontrar mi ternura acentuada. Enjugad vuestras lágrimas y no lloréis si me amabais”.

Sin duda son unas expresiones de profunda fe y también de gran consuelo para quienes en este mundo nos encontramos en la soledad, sobre todo en estas navidades, y que provoca la orfandad al mirar a nuestro entorno y saber que aquí, a nuestro lado físico, desaparecieron muchos que otrora gozaban con nosotros. Pero ese consuelo se acrecienta al caer en la cuenta de que existen muchas clases de presencias. La física, pero sobre todo la espiritual que es mucho más fuerte que la física. La certeza de que los muertos nunca mueren del todo mientras viven en el corazón de los vivos y, sobre todo, saber que en el otro mundo hay muchas moradas y que la muerte de Cristo nos garantiza esa eterna resurrección. ¡Fue a prepararnos sitio!

Es el consuelo cristiano de saber que hay incontables santos en el lugar del consuelo y la paz porque la muerte nunca es el final del camino, lejos de ser carne de un ciego destino sabemos que la vida lejos de terminar se transforma para adquirir una mansión eterna en el cielo. Esta es la doctrina que emana de las enseñanzas de Cristo para cuantos creemos en Él.

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