Opinión

La opinión de Cañizares

El cardenal Antonio Cañizares, tras un pontificado breve pero muy denso, acaba de alcanzar la jubilación . Pero sus escritos quedan ahí como un gran testimonio. Deja escrita una pastoral en la que, con el título “Aviso ante unos hechos”, cuestiona el “preacuerdo entre socialistas y socialcomunistas”, que supone “una nueva cultura, un proyecto de humanidad que comporta una visión antropológica radical que cambia la visión que nos da identidad y nos configura como pueblo, y hasta como continente, me atrevo a decir: la identidad recibida de nuestros antecesores en nuestra historia común”.

Dice además: “Nos encontramos ante la emergencia de España. Sé que me van a criticar pero soy libre el tiempo que me dejen. Nuestra sociedad está ‘delicada’, no podemos ocultarlo, y hay que decirlo, aunque resulte políticamente incorrecto decirlo o se me tilde de pesimista, de profeta de calamidades, o de conservador y aliado con la derecha, aunque sea independiente y de todos y para todos”. Las repercusiones efectivas económicas han sido inmediatas y los comentarios en Europa y en España nos dejan un gran temor. Si nos fijamos bien, el “preacuerdo” tenía connotaciones culturales, antropológicas y visión de la realidad que iban más allá de lo económico y dejaban o generaban una preocupación grande.

“El cambio al que se dirigía el preacuerdo iba mucho más allá de lo que parecía en una simple lectura; tenía un calado hondo, nada de progreso, aunque se autodenominasen los firmantes como ‘fuerzas progresistas’. Con el ‘preacuerdo’ se imponía un pensamiento único, con una visión del hombre que pretende generalizarse a todos, la aprobación de la eutanasia, la extensión a nuevos derechos, la ideología de género, el feminismo radical, ampliación de la memoria histórica, que ahora se denomina ‘democrática’, que está fomentando el odio y la aversión”.

“No voy hacer de mago agorero -añade Cañizares- pero lo que sí digo es que seguimos inmersos en una crisis humana honda, agrandada. Para esta crisis humana, a mi entender, no se están tomando las medidas exigibles y posibles, ni se adoptan las respuestas que debieran ser prioridades; creo personalmente que esa crisis humana y cultural honda no se la considera ni se la valora suficientemente como tal, y es la más grave de todas, porque es crisis de la verdad del hombre y de la sociedad, verdad que debiera sustentarla y hacerla libre y esperanzada. Me refiero concretamente, por supuesto, a la crisis de sentido de la vida, crisis humana, antropológica, moral y de valores universales, crisis espiritual y social, crisis en los matrimonios y en las familias sacudidas en su verdad más auténtica, crisis de sentido y del sentido de la verdad -se habla de una etapa de la postverdad y de posthumanismo-, crisis en la educación y en las instituciones educativas, derrumbe de principios sólidos, confusión de conceptos y de los derechos humanos fundamentales no creados por el hombre, relativismo moral y gnoseológico, nihilismo y vacío, disfrute a toda costa y predominio del tener y del bienestar sobre el ser, falta de esperanza, libertades sin norte y pérdida de la verdadera libertad, laicismo ideológico impuesto solapadamente, pérdida u opacidad del sentido de trascendencia, de Dios”. 

Cañizares da una opinión que muchos hoy comparten sin duda. Previene sobre la situación que está quebrando nuestra sociedad, y el verdadero sentido del hombre y el orden y la paz, y aún se quebrará más sin poner remedio. El silencio al que se ve sometido el nombre de Dios produce vértigo y escalofrío, frío helador y soledad.

Sin duda es la opinión de un obispo que posee tras de si una gran experiencia después de haber pasado por Ávila, Granada, Toledo, Roma como presidente de la Congregación para el culto, y últimamente Valencia.

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