Opinión

Preservar la ilusión

Vivimos en una época tan compleja, rodeados de tristezas por doquier y echando en falta grandes dosis de alegría e ilusión. Esto necesita este mundo: mucha paz e ilusión, alegría y optimismo en medio de tanta crisis, corrupción, pobreza y también hambre, que la hay. Y estos días, sobre todo mañana por la noche, son días para, olvidando angustias, odios y sinsabores, aferrarse siquiera sea por un día a una ilusión renovada.

Siempre me ha emocionado, desde el balcón de mi casa, al pasar la Cabalgata de Reyes, la cara que ponen los niños al ver las carrozas llenas de cajones con los regalos y a los tres reyes repartiendo el preludio de la ilusión que son los montones de caramelos que van repartiendo. Esta es la tradición que en España se remonta a tiempos inmemoriales. Es lo nuestro. Pero poco a poco se han ido introduciendo costumbres totalmente foráneas que van suplantando a los tradicionales Reyes de Oriente. Y eso es ir contra la idiosincrasia de un pueblo y sus costumbres ancestrales. Para mí, triste realidad.

Con cuanta ilusión fingíamos que dormíamos para con un ojo medio abierto ver si llegaban por la ventana los ansiados regalos que previamente habíamos pedido en una carta minuciosamente escrita y depositada en el zapato. ¡Deliciosas cartas redactadas con el candor infantil e inspiradas por un corazón tierno e inocente! Pero la sociedad de consumo se nos ha ido introduciendo hasta en lo más sagrado y pedimos aquello que nos va metiendo cada día a través de la propaganda que nos manipula totalmente. Esta es la realidad presente contra la que nadie protesta porque la asumimos como los rinocerontes de Ionesco.

La fiesta de Reyes, desgraciadamente, ha ido perdiendo fuerza y ello tengo mis dudas de que sea bueno. Porque la ilusión debe ser preservada siempre, la esperanza es para conservar en todo momento y la alegría nunca debe faltar en la sociedad. Una fecha que recuerda el pasaje bíblico, en medio de las fiestas navideñas, en el que se nos relata como tres personajes muy especiales ofrecieron en Belén lo que tenían y lo que juzgaban que aquél Niño merecía. El oro como rey, el incienso como Dios y la mirra como hombre. Resumen perfecto de lo que es un Niño que nació en pobreza y acabó pobremente, muriendo en una cruz, pero que su triunfo llegó, como había dicho, en una mañana gloriosa y alegre de Pascua. Todo un Dios hecho hombre que vino al mundo para que tengamos vida y ésta en abundancia. Justo la ilusión, la alegría y la paz que debieran ser el motor de estas fiestas que acaban.

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