Opinión

Religión de vivos

En la pasada Vigilia Pascual, en la Catedral ourensana, el obispo don Leonardo Lemos Montanet, recogiendo el mensaje del día que reflejaba el evangelio que se acababa de proclamar, repitió varias veces con fuerza y alegría propia del momento: “No busquéis entre los muertos al que vive”. Vino entonces a mi memoria la última homilía que pronunció el Día de Pascua el entonces canónigo magistral, Cástor Alberte Nieves. La misma idea y con similares palabras para un único mensaje, repitió: “No, María, no hay muertos en el sepulcro que nuestra religión es religión de vivos que no de muertos”.

El pasado Sábado Santo, el obispo actual, que además es un buen comunicador, lo hizo de una manera contagiosa para una Catedral que estaba llena en sus bancos centrales. El autor de la idea de la muerte de Dios ha fracasado en su intento. ¡Vive y es inútil buscarle en el sepulcro porque está vacío! De nada serviría el cristianismo sin esa noche de Pascua. Ya lo recordaba San Pablo escribiendo a los Corintios cuando les recordaba que sin la Resurrección carecería de sentido toda nuestra fe. En suma, que si miramos este convulso mundo de tejas abajo estamos perdidos y para nada valdrían nuestros esfuerzos, oraciones y sacrificios.

La Resurrección que celebramos es la que da sentido a todos los actos de los cristianos. Para nada servirían los Mandamientos ni las Bienaventuranzas, y nuestra fe y nuestra moral sería totalmente inútil. El hecho tantas veces predicho por Cristo en su vida mortal y profetizado ya en el Antiguo Testamento se cumplió plenamente tras la Pasión y su prevista muerte en la cruz. Este hecho fundamental, esencial, del cristianismo tiene unas consecuencias muy prácticas para los creyentes. Y la primera de ellas es la alegre esperanza para los bautizados que nunca debe dar cabida al desánimo ni al pesimismo. Nunca un cristiano, si vive la realidad de la Resurrección, debe dar cabida en su vida a la tristeza.

Por muchos y variados avatares tristes que nos depara el mundo actual en todos los campos, siempre nos queda la esperanza y la mirada al futuro recordando que en la historia de estos veinte siglos ha habido momentos peores superados precisamente por el empeño y la esperanza; el arrojo y la paz; la alegría y la certeza de que vive y presente en medio del mundo: “Estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Nunca pueden fallar la palabras de todo un Dios que venció a la muerte y resucitando nos dio nueva vida. Cuando celebramos los cristianos la Eucaristía lo que en realidad actualizamos es precisamente el mensaje fundamental de la Pascua: la alegría cristiana que dice también San Juan que esa alegría: “Nunca nadie nos la podrá arrebatar”. Esta es la verdad que profesamos y el motor de la vida de la Iglesia.

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