Opinión

Tierno Galván: cien años de un señor

Quienes me siguen en estas páginas habrán descubierto mi estima hacia don Enrique Tierno Galván (8/2/1918-19/1/1986). Profesor, político socialista y muy querido alcalde de Madrid (19/4/1979-19/1/1986). La categoría humana, del Viejo Profesor es bien reconocida. Su entierro en Madrid así lo reflejó. Mi buen amigo Raúl Morodo, fiel seguidor suyo como el ourensano ya fallecido Paco Bobillo, siempre dieron fe de su personalidad arrolladora.

Se cumplen los cien años de su nacimiento y son varios los homenajes también por los ya 32 de su muerte. Profesor muy querido y político a veces incomprendido y postergado hasta el momento en que unió el Partido Socialista Popular, por él fundado, al PSOE que, por cierto, se negó a que fuese miembro del equipo redactor de la Constitución del 78. Poca visión, pues su cultura y talla a todos los niveles le hubiese favorecido a la Carta Magna española, incluso literariamente. Además y como profesor de Derecho o Filosofía ya sea en Murcia, Salamanca o Princeton (EEUU) le daban un prestigio único. 

Sus numerosas obras siempre supieron conectar tanto con los alumnos como con los madrileños, para los que fundó la llamada “Movida madrileña”. Sus bandos, deliciosas obras literariamente únicas, con fina ironía y gracioso lenguaje, pasan a la historia. Era un hombre que rehuía de las estridencias y así trató de moderar a quien era su concejal y después fue su sucesor, Juan Barranco, a quien calificó de “Juanito Precipicio”… Siempre he tenido gran cariño a una frase suya: “La categoría de una persona se mide por la capacidad que tiene de rodearse de gente que piensa distinto”. Entendía como pocos el sentido de la “laicidad”, rechazando el “laicismo” y ello le cosechó grandes amigos y respeto sumo. Desgraciadamente muchos males provienes de confundir esas dos palabras.

Tierno era un agnóstico convencido y coherente en extremo y, sobre todo, absolutamente respetuoso con todos. Se sorprenderán si les digo que encima de mi mesa, debajo del cristal que la cubre, tengo una fotografía muy querida. Aparecen tres grandes figuras de la politica española del siglo XX: Carrillo, Tierno y Fraga hablando amigablemente. Ideologías bien distintas pero tres cabezas privilegiadas y prácticas. Sé que esta afirmación, alguno estará muy lejos de compartirla. Las religiosas que le atendieron en el sanatorio en sus últimos días quedaron impresionadas: “Hermanas: me han traído estas flores y sé que para ustedes la capilla es lo mejor, hagan el favor, llévenselas para su capilla”. 

Quisiera, si me permiten, traer aquí una anécdota histórica que habla de su valía desde el irrenunciable agnosticismo. En la toma de posesión como alcalde de Madrid, en vez de jurar prometió, pero antes reclamando dos cosas: la nueva Constitución y, ante la sorpresa de muchos, el crucifijo que siempre había ocupado un lugar preferente en el salón de plenos. Ya siendo alcalde, intentaron quitar el crucifijo de su despacho a lo que él respondió: “La contemplación de un hombre justo que murió por los demás no molesta a nadie. Déjenlo donde está. Soy agnóstico. Pero la figura del Crucificado es para mí un gran símbolo: es el hombre que dio su vida por defender hasta el final una causa noble”.

En una entrevista al final de sus días a una revista española, que conservo, le preguntaron: “Don Enrique, usted no es creyente”. “Cierto, soy agnóstico –respondió- y bien que lo siento porque la fe hubiese dado respuesta a muchas de las incógnitas de mi vida personal, social, académica y politica”. Claro, esto viene de un gran señor como él era.

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