Opinión

Los truenos de Santa Bárbara

Acabó el curso y el mes de junio fue un mes para recoger los frutos de todo un año escolar porque los otros, al menos algunos, se recogerán más tarde. Es un tiempo en el que se palpa el nerviosismo en las aulas, la inquietud en los alumnos e incluso las salidas de todo de más de uno. Situaciones que muchas veces nos hacen mirar para otro lado, y echar mano de la comprensión que hace falta y ¡mucha! En esta época. Son días de exámenes finales para la inmensa mayoría de la comunidad escolar.

Y también para nosotros, los profesores, son jornadas para sacar muchas conclusiones y conocer a la gente que tal vez durante el año es muchísimo más difícil. Es ahora cuando los truenos se oyen y palpan por todas partes, cuando tanto alumnos como padres se acuerdan de Santa Bárbara.

Comenzando por los padres, es frecuente que a lo largo del año “algunos” se limiten a enviar a sus hijos a las aulas para que tomemos cuenta de ellos, los cuidemos y evitemos que les “molesten” en casa. Si somos sinceros esto ocurre más veces de las que sería de desear. Como si los colegios fuesen más o menos unas guarderías para acoger a gente que ni pega golpe, ni abre el libro y se limita a calentar el asiento durante el curso. Y para eso con mucho esfuerzo de los docentes porque también a algunos les cuesta primero asentar la cabeza y escuchar y aprender y luego asentar aquel lugar donde la espalda pierde su casto nombre y atender. Trabajo nos cuesta a los docentes eliminar muchos artilugios como teléfonos móviles iPad y demás elementos de la tecnología moderna. Pero llegan estas fechas y los tutores y demás “enseñantes” nos vemos desbordados por padres y madres en busca de ayuda (léase el aprobado de sus hijos). Como si lo único que les interesase fuese pasar de curso aunque carezcan de los conocimientos mínimos. Y, en general, los profesores procuran ya ser generosos y tratan de subir las notas lo más posible.

Porque esa es otra. Para algunos si su hijo aprueba o saca buenas notas es porque se lo merece y si suspende es que el profesor carece de conocimientos pedagógicos y de los otros. La culpa, los balones, siempre para fuera, agarrándose a múltiples argumentos facilitados siempre por sus hijos que en ocasiones mienten como cosacos en esto. Esta es la cruda realidad por mucho que deseemos enmascararla con razonamientos sacados para el momento.

Ocurre que a lo largo del año, desde el primer día de curso, los responsables de los alumnos en casa debieran hacer algo para que llegado este momento las cosas fuesen mejor. Y ese algo es un plan, un programa, un horario, un orden, momentos para el ocio y para compartir la familia pero también para estudiar. Para sentarse reposadamente frente a los libros de texto y los apuntes y asimilar en casa cuanto han recibido en las aulas. Este es el problema, la cuestión a resolver.

Se trata de la responsabilidad en la educación con el ejemplo, el amor pero también la autoridad necesaria sin la cual es imposible formar una sociedad. Hemos pasado, creo yo, un tiempo en el que poco menos que era tabú hablar de autoridad a todos los niveles y así hemos tenido que lamentar muchos desaguisados familiares. Porque una cosa es la comprensión que brota del amor y otra bien distinta es claudicar en irrenunciables derechos fundamentales e imprescindibles.

Son muy tristes los truenos de fin de curso empapados en muchos caso por lágrimas y sufrimientos de los progenitores que se ven obligados a cambiar sus planes vacacionales. Pero antes que lamentarse ahora, bien necesario sería haber tomado las medidas al comienzo para que el tren llegase en junio a un buen puerto y poder disfrutar todos de los meses de asueto.

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