Opinión

Un reinado distinto

Visitar Granada, al menos para mí, tiene el deber ineludible de ir al Santuario de Las Angustias. Hermoso templo que congrega la devoción de los granadinos. También para esto es una pena ser ciego en Granada, como dicen los conocidos versos que incluso están grabados en la Alhambra: “Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada”. También por privar de contemplar a la hermosa imagen.

Pues bien, tengo la costumbre de entrar por la puerta de la sacristía para recitar una vez más aquel soneto anónimo que he repetido aquí muchas veces: “No me mueve mi Dios para quererte/ el cielo que me tienes prometido,/ ni me mueve el infierno tan temido/ para dejar por eso de ofenderte./ Tú me mueves, Señor, muéveme el verte/ clavado en una cruz y escarnecido,/ muéveme ver tu cuerpo tan herido,/ muévenme tus afrentas y tu muerte./ Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,/ que aunque no hubiera cielo, yo te amara,/ y aunque no hubiera infierno, te temiera./ No me tienes que dar porque te quiera,/ pues aunque lo que espero no esperara,/ lo mismo que te quiero te quisiera”. Hoy es la solemnidad de Cristo Rey del universo y, estos magistrales versos vienen a mi mente más que nunca cuando observamos como se ataca a los cristianos por todas partes.

Muy posiblemente para cuantos, sin razones objetivas, nos atacan, sería interesante que reflexionasen sobre esa figura del Crucificado. El Inocente de la Historia que murió perdonando, salvando a todos y siendo testimonio de paz y amor. Porque sigue siendo cierto que el hecho más grandioso de la humanidad, lejos de ser el que el hombre haya pisado la Luna, lo es, y más importante, que el Hijo de Dios haya pisado la tierra para acabar colgado en la cima del Gólgota. Este es el verdadero reinado.vic Los judíos esperaban a un rey temporal que les liberara de la opresión romana y se encontraron con algo bien distinto porque el Mesías, esperado de siglos, vino a instaurar un reinado de paz, amor y justicia. Por eso me pregunto también muchas veces en qué se basan los que son incapaces de leer ese mensaje que dejó tan claro sobre todo en el resumen del Nuevo Testamento que son las Bienaventuranzas. 

Es, la Cruz, el signo del creyente y que ha llevado ayer y hoy a tantos al martirio que ya los profetas anunciaron y que ha marcado la historia de la humanidad. Lejos de ser un reinado temporal y perecedero, lo es espiritual y eterno. Son incontables los que le llevan colgado al pecho, como infinitos los que hacen esa señal ante cualquier evento o un día que comienza.

Todo este mensaje y este estilo lo marca perfectamente el soneto del templo de Las Angustias. Ignorarlo, vituperarlo o despreciarlo indica, además de una falta de sensibilidad, una incomprensible ignorancia de lo que significa. Y la fiesta de hoy, con la que acaba el año litúrgico católico, nos lo recuerda.

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