Opinión

Una deuda impagable

Galicia en general, y Ourense de un modo especial, tenemos una impagable deuda con los monjes. La misma idiosincrasia gallega, desde siglos, está impregnada por la impronta monacal que durante siglos sembraron los monjes que en diversos monasterios, sobre todo benedictinos y cistercienses, marcaron la pauta. Baste recordar una costumbre que de ellos nace, y es la de llamar a los párrocos “señor abade”. Y lo fue en el arte y en las costumbres e incluso en la gastronomía, como puede ser el pulpo. El “ora et labora” de San Benito supo y sabe combinar la vida espiritual con el trabajo más variado en el campo o en los talleres propios. De las abadías y monasterios salieron y salen múltiples productos que revelan esa doble faceta monacal. Algunos han llegado a tener fama universal.

Poco a poco, por la falta de vocaciones y el cambio de los tiempos, fueron cerrando casas y en la actualidad en Ourense queda Oseira como signo y compendio de toda una actividad. Y permanece en pie gracias al esfuerzo, también material, de los monjes. En la abadía gallega hay que decir y recordar cómo los mismos monjes actuaron de albañiles, constructores e incluso electricistas. Baste recordar en Oseira al padre Juan Manuel y al padre Plácido, que aún vive después de llegar a primer abad tras la restauración, sin dejar por ello de cuidar con esmero y sabiduría la electricidad de la casa. Recordemos que estos dos señeros y ejemplares monjes eran de la zona de Cartelle, parroquia fuente interminable de vocaciones.

Todo esto viene hoy a cuento de que celebramos en este día la fiesta de San Antonio Abad, gran competidor en devociones con el otro Antonio de Lisboa, mal llamado de Padua. Renunciar o desconocer las raíces de un pueblo nunca puede conducir a nada bueno. Por eso esta diócesis ourensana tiene unas características muy especiales que giran, sin duda, en torno a una espiritualidad que tiene en la Virgen su centro muy querido. Recordemos que en esas abadías siempre fue la Virgen María su advocación principal, como lo fue para San Bernardo también. Y la misma historia recoge cómo las doctrinas de Arrio estaban enraizadas hasta la conversión por obra sobre todo de Martín de Dume en la vuelta al cristianismo del rey suevo Carriarico y todo su reinado. Los arrianos negaban que Cristo fuese Dios. 

Pues en todo ese proceso de conversión, los monjes han tenido su parte esencial. Vemos por ejemplo como toda la geografía ourensana tiene muestras de cenobios y monasterios que siguen siendo testigo de nuestra milenaria historia. Son muchos los pueblos que aún hoy celebran a San Antonio Abad. Dice el pueblo que “San Antonio de xaneiro é o verdadeiro” y curiosamente, en su iconografía aparece un pequeño cerdo al lado. También los monjes impulsaron granjas de todo tipo.

Que en esta época complicada el santo abad se acuerde de tantos pueblos que siguen venerándole y acudiendo a él en sus inquietudes. 

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