Opinión

El valor de la discreción

A la hora de escoger un titular para dedicárselo al canónigo que acaba de fallecer, Domingo Gómez Freire, bien creo que la discreción era una de sus incontables virtudes. Huía del protagonismo y sabía como nadie, con una humildad digna de elogio, estar siempre en un segundo plano. Había nacido en Espadañedo el 20 de septiembre de 1930.

Hacía ya tiempo que esa terrible enfermedad le tenía con su cabeza en otro mundo misterioso que sólo Dios sabrá juzgar. Se retiró de puntillas a su casa junto a su familia, que le atendió hasta el final en una difícil misión impagable.

Un descanso, por otra parte, merecido después de una vida dedicada al sacerdocio en diversos ministerios. Desde que fue coadjutor de Santa Eufemia del Centro, una vez que llegó al sacerdocio en 1955, hasta que acabó siendo canónigo de la Sé ourensana. En el primer templo catedralicio marcó su paso sobre todo siendo pilar básico en la schola, con el inolvidable Jaunsarás.

En la Catedral, atendió asiduamente el confesionario y, sobre todo fue el eficacísimo capellán del Santo Cristo durante más de una década, cuidando la cofradía y acogiendo a los innumerables devotos.

Seis años fue administrador del Seminario, y de aquella época hay anécdotas innumerables sobre todo en sus "encuentros" con el párroco de O Couto, don José, que trataba de recaudar para el santuario lo mejor. Hasta consiguió modificar la propaganda que él y el rector don Miguel Araújo entendían que menoscababa el protagonismo del Seminario.

Quedarían mancas estas líneas sin resaltar la ingente labor que llevó a cabo en Aixiña y con el mundo de los minusválidos. Con su estilo siempre apoyaba la obra dando el protagonismo a otros y obteniendo logros impagables.

Era, como dice el papa Francisco, un "sacerdote que olía a oveja". Gozó del cariño y la cercanía del mundo seglar como igualmente tenía entre el clero un lugar preferente. Aún recuerdo la visita que hizo a Lisboa con sus hermanas y cómo disfrutaba de los momentos de ocio. Descansa en paz Domingo y que el coro de los ángeles te reciba porque con ellos podrás cantar en el Cielo, la más alegre sinfonía.

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