Opinión

Vivir estos días

Con la serie de restricciones motivadas por las circunstancias actuales, quisiéramos prepararnos convenientemente en medio de la alegría familiar para celebrar, un año más, la noche de mañana. Sin duda exige el esfuerzo de la fe y de los sentimientos familiares para, afrontando la situación del momento, poder disfrutar de esta gran noche. Recientemente el papa Francisco ha hablado del tema con todo el realismo con el que siempre habla. Afirmó: “Jesús se hizo pequeño para que pudiéramos acogerlo y recibir el don de la ternura de Dios. No vivamos una Navidad falsa y comercial. Sus símbolos, especialmente el belén y el árbol decorado, nos devuelven a la certeza que llena nuestros corazones de paz, y la alegría del nuevo año. El árbol y el belén nos introducen en el ambiente navideño que forma parte del patrimonio de nuestras comunidades. Para que sea verdaderamente Navidad, no olvidemos que Dios viene a estar con nosotros y nos pide que cuidemos de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres, débiles y frágiles. No dejemos que se contamine con el consumismo y la indiferencia. Dios se revela no como alguien que se alza en lo alto para dominar, sino como aquel que se rebaja, pequeño y pobre, para servir.”

Y terminó el papa recordando la esencia de la Navidad: “Para que sea verdaderamente Navidad, no olvidemos que Dios viene a estar con nosotros y nos pide nuestra colaboración sobre todo con los frágiles, a los que la pandemia corre el riesgo de marginar aún más”

Estos días que celebramos evidentemente poseen un origen absolutamente cristiano, por lo cual orientarlos de otra manera, muchas veces tan mundana y acorde con la sociedad de consumo, dista de la verdadera realidad. Triste sería que unos días tan sagrados para los cristianos y que marcaron hace más de dos mil años a la humanidad, se desvirtuasen con otros sucedáneos que nada tienen que ver con lo que significan estos días. De aquí que la costumbre del belén, creada por san Francisco de Asís en Greccio en 1223, siga siendo el centro. Jesús, de hecho, vino a la tierra en la concreción de un pueblo para salvar a todo hombre y mujer, de todas las culturas y nacionalidades. Se hizo pequeño para que pudiéramos acogerlo y recibir el don de la ternura de Dios. Este hecho está perfectamente reflejado en aquella representación hecha por “Il Poverello” aquella Nochebuena.

Mirando a las figuras de nuestros belenes podemos descubrir en esa sencillez y humildad de los personajes que lo rodean, cual es la verdadera postura de los creyentes. Mientras, los grandes del momento le volvieron la espalda han sido pos pastores y los ángeles inocentes los que sin cesar cantaron el “Gloria” más solemne de la historia.

Terminaba el papa su alocución recordando: “Las luces del abeto recuerdan la de Jesús, la luz del amor que sigue brillando en las noches del mundo”. Por eso en este día de modo especial debe ser el amor el que mueva y recuerde el camino a tantos pueblos que viven enzarzados en guerras continuas. Y a tanta gente que cree que con las armas y la sangre se va a resolver el problema. Cada día que pasa constatamos como es casi imposible que los pueblos se pongan de acuerdo en lo esencial, que es la paz y el diálogo. Mientras en este planeta sigamos creyendo que las diferencias se resuelven con la fuerza, iremos todos en picado. Muchas lamentaciones pero pocas o nulas soluciones.

Acaso mirando el ejemplo de Belén podríamos encontrar el camino.

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