Opinión

Lobos con piel de cordero

Desde el origen de los tiempos de la vida del hombre en sociedad, han existido y continúan rondando a los más débiles, los lobos con piel de cordero. En el medio rural es común encontrarte con un indefenso corderito que juega a saltos entre otros de su grupo. Cualquiera sabe distinguir que estamos ante un pequeño animal absolutamente inofensivo. Del mismo modo, los niños y las niñas, en su tierna infancia son comparables a esos corderitos débiles e inquietos. Los ingleses llaman a los niños “kids”, que en realidad significa corderos.  Así, nadie en su sano juicio pensaría ser atacado por un corderito, a no ser que en su subconsciente tuviese la película de Chicho Ibáñez Serrador “¿Quién puede matar a un niño?” o que en último caso el atacante no fuese otro que un lobo disfrazado. Y esta forma metafórica tan extendida sigue siendo una verdad objetiva al considerar varios ejemplos en diferentes ámbitos. Vayamos por partes.

Si observemos con cuidado a las instituciones más próximas a esta práctica de disfraces, nos encontramos de bruces con las religiones. En el Evangelio de Mateo, Jesús hace una advertencia: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” Mateo 7:15, explicando con un magistral ejemplo que de los espinos no se sacan uvas, ni se recogen higos de los abrojos. Concluye afirmando que por sus frutos los conoceremos, en este caso, a los falsos profetas. Esos son los mismos en cualquier tipo de religión. Dicen lo que tienes que hacer, pero ellos no lo cumplen. Cargan a las personas que confían en ellos para ejercer su autoridad vertical (bajo el miedo a la excomunión o al ostracismo),  y sin el menor pudor, controlan las vidas de toda la comunidad. En muchos casos, estafan la fe de los fieles y crean ateos, con una facilidad pasmosa. De ellos habló Ratzinger: Me viene a la mente una anécdota que se cuenta a propósito del secretario de Estado de Pío VII. Le habían dicho: “Napoleón intenta destruir la Iglesia”. A lo que responde el cardenal: “No podrá, ni siquiera nosotros hemos podido destruirla”. Por eso, deberíamos preocuparnos más en decidir por nosotros mismos, a la luz de la interpretación de las Sagradas Escrituras, en libertad, que comulgar con ruedas de molino, atendiendo a unas costumbres que viven arraigas en la sociedad.  Pero, podemos ver que no hay religión que se salve de los lobos disfrazados.  Resulta aún más paradójico en aquellas en los que los dirigentes se les llama pastores. Para aquellos que tengan la tentación de vivir del fraude, existe multitud de pasajes en los que se denuncian sus prácticas. Ezequiel 34 es un capítulo demoledor y les recuerda: Serán castigados por haber tomado mis ovejas como un botín, por dejarlas sin pastor a merced de los animales salvajes, por ni siquiera haber tratado de  ir a buscarlas, por ignorarlas y por cuidarse de sí mismos.

Si Dios fuese un religioso nominal, Marx tendría toda la razón cuando dijo que la religión era el opio del pueblo. Sin embargo resulta muy interesante observar en Jesús unos atributos muy diferentes a lo que entendemos por religión. En su sermón del Monte hace una llamada a su pueblo a que dejen de judaizar. El amor es su objetivo y él mismo, como Pastor, dio su vida por las ovejas de todos los pueblos, lenguas y naciones. En este año que  conmemoramos la primera traducción de la Biblia completa al castellano, el regalo del amor sigue presente para que  podemos aceptarlo o rechazarlo. No se trata de cambiar o empezar en una religión sino en descubrir una realidad trascendente desde nuestras limitaciones y a pesar de estar rodeados de lobos con piel de cordero.   

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