Opinión

Abuelo Patxi

Allá por los años 90 se publicaron una serie de reportajes bajo el título genérico “La memoria es vaga”, y entre ellos estaba uno dedicado al Valle de los Caídos. Impresionan las imágenes reales de cuando se construyó el colosal boquete en la roca del Valle de Cuelgamuros, a unos 9 kilómetros y medio del Monasterio del Escorial. Con independencia del motivo inicial de tal construcción faraónica y de su posterior redefinición, en relación a todos los caídos, llama la atención de que cada 40 años se acabe un ciclo histórico en la trayectoria vital de nuestro país.

El laureado generalísimo, amado por los beneficiados de su régimen y detestado por los represaliados políticos, es uno de los símbolos visibles que nos recuerdan que las dos Españas sobreviven ocultas esperando otro periodo de cuarenta años. Y es posible o discutible que haya llegado el momento de hacer desaparecer la figura del dictador de una vez por todas, tal y como han hecho en el resto de Europa con los suyos. Sin embargo, las heridas seguirán presentes y el dolor silencioso no remitirá hasta que se produzca una restitución social global. El perdón sin restitución es la mayor de la falacias conocidas y por desgracia mayormente empleadas; así, para que exista una compensación al agravio, no debiéramos pensar siempre en lo económico, salvo algunas excepciones. Las nuevas generaciones deben conocer el pasado y evitar que se repitan errores que han dividido y exiliado a varias anteriores. En un viaje reciente a Europa, visitábamos un monumento de la II Guerra Mundial y en la entrada nos encontramos con un grupo de adolescentes hablando castellano. No les hicimos mucho caso hasta que en su conversación ensalzaban la figura del “abuelo Patxi”, afirmando que había sacado mucha hambre en España. Es probable que desconozcan la tragedia de la posguerra y la historia de la guerra civil. Eso me ha hecho reflexionar en que la educación que reciben nuestros jóvenes no se fundamenta en la pluralidad, sino en el olvido, y con ello no hay ni restitución ni una profilaxis de los errores del pasado.

La sociedad sigue generando nuevas dictaduras, y la peor de ellas, la más sutil y a la vez contundente, es la económica. Esto provoca que los países desarrollados sustenten con complicidad, el subdesarrollo de los más pobres en tecnología. Por eso, de las democracias más maduras pueden surgir dictaduras con mayorías absolutas que gobiernan a espaldas de las minorías sociales representadas por los diputados en la oposición. Solo existe la excepción de no tolerar la intolerancia. En ese caso no existe dictadura pues de lo contrario, la intolerancia llegaría al poder.

El “abuelo Patxi” pasará a la historia dentro de pocos meses y cada uno seguirá juzgando según le haya ido con él. No obstante, el desconocer su existencia y esconder sus métodos solo puede conducirnos a que aparezca otro semejante, isomorfo y potencialmente más cáustico.

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