Opinión

Lutero y las indulgencias

La palabra indulgencia proviene del latín indulgentia-ae, que significa bondad o complacencia. En el terreno religioso se entiende como gracia o favor que otorga la Iglesia al sujeto para no ir a un estado en el que tenga que sufrir por sus pecados “veniales”. Este estado intermedio denominado “purgatorio” era muy temido por los fieles de la Edad Media. Mientras algunos teólogos pretendían basarse en un libro deuterocanónico del canon alejandrino de la Biblia,  para intentar demostrar su existencia, otros tantos no encontraban justificación posible a semejante teoría. No obstante, el pontífice León X vio en dichas indulgencias una fuente de ingresos nada despreciable con el fin de terminar la Basílica de S. Pedro en Roma.

Para llevar con éxito su empresa contó con Albrecht. Este príncipe elector alemán en Maguncia y comisario de las indulgencias en Alemania, aceptó quedarse con el 50% de la recaudación y enviar a Roma el resto del dinero. Pero faltaba algo fundamental en un momento histórico en el que las noticias discurrían a un ritmo lento y pausado. Para la acción propagandística contaron con la inestimable labor de Tetzel. El monje dominico elegido contaba con una potente capacidad dialéctica y en poco tiempo difundió el mensaje con eficacia. Hasta la fecha de 1514, las indulgencias estaban reguladas con mucho más cuidado.

Nadie piense que llegaba con pagar dinero para seguir pecando, o incluso para planear el delito con premeditación para ser eximido de la pena. La actitud del sujeto debía ser de arrepentimiento y además tenía que cumplir determinadas condiciones. Pero la realidad fue muy distinta. Los prerreformadores como J. Wycliff o Juan Huss denunciaron abusos en las indulgencias. Nadie les hizo el menor caso y todo fue a peor. Así, Tetzel dominaba las masas con su famosa frase: “Tan pronto como el dinero suena en el fondo de mi caja, el alma libertada vuela al cielo”, y de este modo golpeaba las conciencias de los fieles, que querían evitar sufrimientos a sus familiares muertos. “Estamos sufriendo un horrible martirio. Una limosnita nos librará de él”, así les repetía Tetzel sin rubor.

En una de las predicaciones de Tetzel en Leipzig, se encontraba en el auditorio un hombre de descencencia sajona. Tan indignado quedó de sus mentiras que trazó un plan. Se acercó a Tetzel y le preguntó si tenía potestad para perdonar los pecados que iba a cometer. “He recibido  para ello pleno poder del Papa”, le respondió el predicador. El hombre le propuso que quería vengarse de uno de sus enemigos. Que si le daba una bula de indulgencia que le justificara plenamente, le pagaría  diez escudos.Teztel tuvo que meditar la propuesta con calma. Y aunque en principio fue reacio y se negó, al fin accedió a darle la bula por treinta escudos. El hombre esperó que Tetzel saliese de la ciudad de Leipzig. Junto con sus criados acorraló a Tetzel entre los montes de Treblin y Iuterbook. Cayó sobre él. Le dio unos cuanto palos y le robó la caja llena del dinero de las indulgencias. Tetzel fue a los tribunales y el duque Jorge, cuando vio el papel firmado por el propio Tetzel en el que se eximía de toda culpa al hombre sajón,  no tuvo más remedio que absolver al acusado.

Desde el Concilio de Trento la venta de indulgencias quedó prohibida. En la actualidad mantienen un perfil teológico, (mientras no se olviden definitivamente del purgatorio) y las regula el Código de Derecho Canónico de 1983,  Libro IV, cánones 992 al 997. Y es que siempre sucede lo mismo. Cuando los hombres quieren modificar el texto bíblico, inventando estados intermedios como el limbo o el purgatorio, las soluciones pasan por etapas tan imaginativas que rozan el ridículo, y en tiempos de Tetzel justificaban el delito. Lutero se llenaba de ira con estos abusos y la Reforma pudo abrir las mentes a través de la lectura de la Biblia en las lenguas vulgares. Dicen que Tetzel y Lutero hicieron las paces. Y por la Reforma el mundo encontró la Paz en Dios en la Biblia.  

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