Opinión

La partida de Lutero

No es habitual entre los protestantes de nuestro país, hablar de la vida de Martín Lutero. La mayoría le conocen por referencias tangenciales, pues como es sabido, carecen de una patrística al modo de los católico romanos. La única fuente de inspiración es la Biblia. Este hecho, unido a que la biografía de Lutero se halla, aún en nuestros días, fuertemente contaminada, hace que la Reforma pase de puntillas en las mentes de los también llamados evangélicos. No así el V Centenario de la Reforma. Aunque pueda resultar aparentemente paradógico, opino que esta fecha ha sido y es un motivo para que los protestantes hagan difusión de la Biblia. En este sentido, y más que nunca, se han acercado a las vidas de los reformadores. Mientras unos definen a Lutero como un sujeto lleno de orgullo, pendenciero, promiscuo, pecador e iracundo (a esto apuntan los libros católico-romanos), los protestantes se han instalado en el otro extremo. Un creyente sin mácula ni error. Por todo ello, recordando que esta semana se cumplen 471 años de su muerte, me he ocupado en contrastar varias biografías y sigo pendiente de la del cardenal Kasper, versión ecuménica, a la que prestaré especial atención.

Las doctrinas de Lutero estaban basadas en la Biblia. En el último viaje que realizó a Eisleben, junto con sus tres hijos el 23 de enero de 1546, se propuso pacificar su país natal. Estaba enfermo, pero los condes de Mansfeld le reclamaron. La situación entre los mineros y los señores era insostenible. Con todo, su mujer Katharina Von Bora, sabía que no regresaría de vuelta a casa. Lutero le escribe: “Lee, Rina mía, a San Juan..., pues quieres cuidar en vez de tu Dios, como si él no fuese el Omnipotente, que puede crear diez doctores Martines (...) tengo uno mejor que tú y todos los ángeles que me cuida: está en el pesebre y una virgen le cría; pero está sentado a la diestra del Dios Omnipotente; por tanto estate en paz”. Tan solo pasaron 26 días y Lutero cerró los ojos después de ratificarse en “Jesucristo y sus doctrinas”. Le acompañaban sus amigos Justo Jonás y Coelio. Según nos relata la biografía escrita por Federico Fliedner, sus restos mortales pasaron de Eisleben a Wittemberg por orden del Elector y a su paso por los contornos, muchos vecinos le acompañaban. Los Condes de Mansfeld y cuarenta y cinco de “a caballo”, le acompañaron hasta su destino, llegando el 22 de febrero de 1546. Miembros de la Universidad y del Consejo, vecinos y numerosos público acompañaron el féretro a la Capilla del Palacio. Allí había clavado sus tesis y en ese lugar simbólico, Melanchton, amigo erudito de Lutero, después de una oración, depositó sus restos mortales en el sepulcro hecho al lado del púlpito.

En la actualidad parece que el V Centenario ha hecho reflexionar al Vaticano. Si bien se trata tan solo de pequeños gestos, en los que se anuncia a Martín Lutero como un fiel defensor del cristianismo, aunque no hayan anulado su excomunión. Por otra parte se le concede el nombre de una plaza y le dedican un sello conmemorativo. En España todo sigue un rumbo distinto. Ya lo decían los Reyes Católicos: “Acatamos pero no obecedemos”. La Comisión Filatélica del Estado, sin ir más lejos, después de denegar un sello conmemorativo del V Centenario de la Reforma, se lo concede al inquisidor general de Castilla, al Cardenal Cisneros. Así la Reforma de Lutero todavía no ha calado en los corazones españoles, pero eso tiene fácil solución cuando descubran la Biblia del Oso. Una joya oculta del Siglo de Oro.

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