Opinión

Tiempo de ajustes sin dramatizar

Sobre el papel, el Banco Central Europeo (BCE) debe situar la inflación de la eurozona en el 2% a medio plazo. Es evidente que este objetivo está muy lejos de la realidad, de ahí las sucesivas subidas de los tipos de interés, que probablemente continuarán, aunque a un ritmo menor, tanto en los plazos como en los porcentajes de subidas. Lo contrario –en julio, un alza de 0,5 puntos; en septiembre, una subida de 0,75 puntos, y en octubre otra de 0,75 puntos– sería difícil de digerir por la economía europea, que ahora ya funciona con tipos oficiales del 2%, al nivel del año 2009.

Las futuras decisiones del BCE se guiarán por la evolución de “las perspectivas de inflación y de la economía”–así lo indica su comunicado–, bajo el criterio de ir paso a paso en cada reunión de su consejo de gobierno, lo cual equivale a decir que el escenario está muy abierto. Aun así, el BCE estaría asumiendo una inflación en la zona euro del 2,3% en 2024, todavía por encima del 2%.

Para las economías europeas con poco paro y endeudamientos dimensionados este tipo de subidas tienen costes, pero no son dramáticos, ya que, aunque se enfríen, siguen tirando. Se trataría de subidas de tipos que elevarían los costes de financiación de Estados, empresas y familias, que es el camino más recto para frenar la demanda, pero también para reducir el crecimiento y el empleo. Pero si para los países ricos y saneados, como Alemania, los tipos más altos pueden suponer un palo en la rueda, para otros más endeudados y con más paro, como España, la amenaza es un frenazo en seco. Entre otras razones porque las subidas de 0,75 puntos constituyen algo casi nunca visto en la historia del BCE.

Tan distintas son las situaciones de unos y de otros países que la tasa de paro en España duplica el nivel del desempleo en la eurozona, mientras que los niveles de crecimiento son ahora similares, pero con una gran diferencia de partida: los países ricos ya recuperaron hace tiempo el nivel de PIB previo a la pandemia, mientras que España ni lo ha conseguido ni parece probable que lo haga antes de 2024. ¿Conclusión? Con subidas de tipos tan fuertes y en plazos tan cortos se acentúa el riesgo de recesión.

Otras derivadas son que el bono español subirá –al Estado le costará más endeudarse–, del mismo modo que las hipotecas –atentos al euribor para las operaciones a tipos variables– y los préstamos a las empresas y a los consumidores. No solo habrá menos dinero en circulación, sino que será más caro.

Si la inflación no cede con estas medidas y hay que seguir apretando las tuercas de los intereses, las cosas se pondrán todavía más feas. ¿Solución? Para los particulares, gastar menos; para las empresas, apalancarse menos, y para los gobiernos, combinar ajustes con subidas de impuestos, ya que el recurso del endeudamiento –hasta ahora fácil y asequible– se pondrá por las nubes.

Si observamos lo que pasa, ya se ve por dónde van las cosas: el PIB ha crecido un 0,2% en el tercer trimestre, frente al 1,5% del anterior, la cifra de ocupados marcó un récord en el tercer trimestre, pero aun así subió el desempleo, y la inflación encadenó tres meses a la baja, tras desacelerarse en octubre, pero todavía está en el 7,3%, más de cinco puntos por encima del objetivo del BCE.

Es lo que hay, por lo que toca decidir si se quiere ver el vaso medio lleno o medio vacío. Sin dramatizar. 

@J_L_Gomez

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