Opinión

Casos y cosas de aquel baloncesto

El baloncesto de los años cincuenta era novedad en Ourense, pero también en determinados puntos de Galicia. En nuestro caso, prácticamente todos los partidos se jugaban en la cancha que habíamos “fabricado” en el Puente. Ganó el Puente el campeonato provincial y, como campeones, debía jugar la fase de sector contra otros gallegos. Fueron a vérselas con el Compostela a Santiago. Tampoco allí había cancha cubierta. Y se jugaba en la Plaza de la Quintana. Un chaval llevaba la cuenta a su aire en un modesto marcador en el que iba colgando los números y más o menos, y el público se hacía una idea de cómo iba la cosa. También el capitán del equipo podía decir “árbitro, tiempo y tanteo” y se iban a la mesa y les informaban.

El anotador, que tenía los dorsales y los nombres de los jugadores, anotaba personales, canastas y tiros libres: al lanzarlos, ponía un círculo y, encima, tachando una o dos rayas, los convertidos. Y en la parte inferior del acta, números de 1 hasta no sé cuantos, para ir tachando –arrastrando- la cuenta de puntos de cada equipo.

Los pontinos del Layton ganaron el partido en un apretado final: un punto de diferencia. Llegaron a casa felices. Pero duró poco la alegría. Apareció un federativo en La Perla con un telegrama que venía a decir: “Revisada acta partido, por error se anotó una canasta de Santiago, pero no se arrastró en el tanteo. El ganador es Compostela por un punto”. Cabreo mayúsculo, pero sólo había derecho al pataleo.

Mientras, en la provincia ourensana aparecían nuevos equipos. Bueno, desde el principio los más firmes y fieles fueron los del Barco de Valdeorras pese a la distancia. Allá fui a arbitrar varias veces. Pero también a Carballiño -campo del Parque- y a Ribadavia -campo del Castillo-. A las villas iba siempre sólo un árbitro. Por cierto que aquí me ocurrió algo curioso. Tenían los del Ribeiro varios jugadores sobresalientes, pero la figura, por juego y carácter, era Raúl. Y por edad, creo recordar.

Un día, en los últimos instantes de aquel partido, pité una personal a favor del Ribadavia, que perdía por un punto. Gran tensión. Fue a lanzar Raúl los dos tiros libres, y falló los dos. Segundos más tarde, el cronometrador señaló el final. El jugador se puso alteradísimo. Se vino hacia mí hecho una furia: “Non me dixeches que se acababa o tempo!”. Era inútil razonar. Como me callé y fui hacia la mesa, me siguió indignado, protestando. E inesperadamente reaccionó: ¡cogió las actas del partido al anotador y las hizo pedazos! Todos perplejos. No era para menos. Para volver a Ourense , tenía que coger el tren. Faltaba mucho tiempo y me fui al Cine Río a ver una película. Allí apareció Raúl… a pedirme perdón. ¡Éramos buena gente, sin duda! A veces nos cabreábamos un poco, pero nada más.

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