Opinión

Cuestión de años

Sí, es fácil ponerse de acuerdo en eso de que el tiempo pasa a una velocidad endiablada. Para todos. Especialmente, cuando vamos acumulando muchos años. Cuando veo eso de “hoy cumplen años”, me doy cuenta que yo he corrido demasiado, Quién me lo iba a decir a mí, precisamente. Políticos, personajes, hasta compañeros de trabajo que entran en la jubilación, y resulta que les aventajo en veinte años. Claro. Por eso he llegado a bisabuelo…

Acumulo tantos años que debo de ser ya de los más viejos del lugar. Mi lugar ha sido - ya definitivamente- a este lado derecho del Miño. Puente Canedo. Me es difícil recordar cómo exactamente era todo esto cuando don Germán, aquel párroco que decían que era muy elegante y yo no sabía por qué, me dio la primera comunión. Sí recuerdo que estaba en la calle aquellos días algo que por lo visto era muy importante: los de Puente Canedo nos quedábamos sin Ayuntamiento, pero ahora “ascendíamos” a orensanos de la capital. Era un honor, por lo visto.

Para nosotros no. De pronto, empezaban a llegar “guardias de la porra”. Que nos prohibían “jugar a la pelota”. Porque hasta ese momento lo hacíamos en la calle, sin problemas. Apenas circulaban coches, y muchos de ellos llevaban todavía la bocina por fuera: ¡boo, boo! Y claro teníamos que dejar paso, pero ellos salvaban con las ruedas los pedruscos que servían de portería…

Doble problema. Los “guardias de la porra”, enviados por el Ayuntamiento de Orense, no nos dejaban jugar. Pretendían multarnos. Claro, se conformaban con arrebatarnos la pelota. Por eso cuando los veíamos venir, gritábamos como locos “queo, queo, queo” –que nunca supe lo que significaba- y ¡sálvese el que pueda! Pero luego se dio en decir que lo que los de Orense en realidad querían era ser dueños de la estación de ferrocarril, que era nuestra, que los grandes almacenes de alimentación en aquella etapa hambrienta de la postguerra, fueran de Orense. Y que todos los pontinos del Miño a Cudeiro y a Santa Cruz de Arrabaldo y a Castro de Beiro… pasaran a engrosar el censo orensano, que mucho crecía.

Claro que lo peor de todo, para los niños de los primeros años cuarenta, era que no nos dejaran jugar a la pelota en la calle. Como habíamos hecho siempre.

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