Opinión

De pesetas y céntimos

Tuvo que llegar en final del siglo XX para que españolitos conociéramos otra moneda propia que no fuera la de siempre, las pesetas y los céntimos. Con algunas denominaciones familiares habituales como la de los duros, a las cinco pesetas, el real, a la moneda perforada de veinticinco céntimos, la perra gorda –o can- a la de diez céntimos, o la perra chica –a cadela- la de cinco céntimos. Y de verdad que nunca pensamos que llegaría un día que metiéndonos el presidente González en la UE iba a llevarnos aparejado aquel cambio de moneda que, por cierto, con tanta facilidad dejamos de hablar de pesetas y lo hacíamos con euros.

Y dejábamos nuestras costumbres. Algunas tan curiosas como habituales de por ejemplo, de los viernes. Desfilaban por todos los negocios pontinos, uno a uno, los mendigos profesionales, gentes que vivían de eso. Iban de puerta en puerta, con su aspecto familiar y conocido, y no necesitaban ni dar los buenos días. Simplemente alargaban la mano hacia el dependiente o tendero profesional y éste le soltaba una moneda de diez céntimos, que era lo estipulado por la costumbre. Primero fueron las monedas de cobre y luego las nuevas de diez céntimos que todos recordamos. 

Pedir no estaba mal visto. Menos, ya digo, los viernes. Era la pedida oficial. Podía haber mendigos espontáneos, en un momento dado, como a las puertas de la Iglesia, o un lugar determinado. Pero esos eran fijos. Y, como costumbre oficial, posiblemente rentable. Tan normal, que hasta en fechas determinadas los propios niños copiábamos el sistema, y colocábamos en la calle unos cajones en escalera, cubiertos son sábanas viejas y estampas sujetas con alfileres y nos lanzábamos a pedir. “una perra para San Pedro”, decíamos en esa fiesta. Pero había más fechas de estas. La gente nos veía con indiferencia o simpatía y lo mismo “ni caso” que te pedían le aclarases aquello de “una perra para San Pedro” en qué forma contactabas con el “santo”, que si eras muy inocente replicabas “es para ir en los caballitos”, que venía a ser la única diversión de pago a nuestro alcance que los más cativos teníamos en tiempos de la postguerra.

Eramos muy modestos. Los donantes y los pedigüeños. Y hasta desprendidos. Dejábamos las vueltas de céntimos muchas veces. Que empezamos a tener en cuenta cuando pasados años y años llegaron los euros y resultaba que nada tenían que ver con la peseta, ya que cada euro equivalía a algo así como 165 pesetas. Recuerdo aquel dia que recién implantaba la nueva moneda, compre “el Marca” y costaba 0.90 euros, le dí una moneda de un euro y dejé los diez centimos. Y la señora del kiosco se me quedó mirando y me dice con cierto aire de guasa: -“¡Ay, alá vostede!. Pero teña en conta que dez centimos de agora sonlle dazasete pesetas das de antes”. Sí, era para pensarlo. 

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