Opinión

Los Sobrino, de Tiedra, con los Tabarés de Abajo

A la derecha del Miño

Pues sí, la verdad es que llevo 84 años en el Puente, y he vivido de cerca bastantes de las historias que, modestamente, trato de contaros. Por ejemplo ahora que contamos la historia de la llegada de castellanos desde Tiedra y que aquí está cien años más tarde esta pandemia que nos tiene hundidos y desconcertados.

Ignacio Tabarés, de “los de Abajo”, tenía como hombre destacado, de confianza, a Benito Sobrino Moretón. Un muchacho de excelente planta, culto, trabajador y muy activo entre la clientela, tanto a pie como especialmente a caballo. Al nacer Francisco, primer hijo de Ignacio y Angela, decide la señora tomarse unas vacaciones e irse a Tiedra con el niño, y allí contrata para cuidarlo a una joven huérfana llamada Eleuteria. El niño estaba tan encariñado con la chica que insiste en les acompañe a Ourense. Ya aquí, la admiración de Eleuteria por Benito era evidente, y se daba por hecho que iban a formar pareja. Pero el joven tenía novia hacía tiempo en Tiedra y decide ir a buscarla y casarse con ella. Y le pide precisamente a doña Angela y a Eleuteria que le compren una vistosa pañoleta para llevar a su chica.

Un gran chasco. Cuando Benito, con carro y caballo, llegó a la localidad vallisoletana supo que su novia estaba a punto de casarse; y es que por falta de comunicación, de correo, la relación se había enfriado. Volvió decepcionado y resolvió entregando a Eleuteria el regalo que llevara a Castilla. Se casaron con el beneplácito de los Tabarés, que les prometían “vamos a ayudaros”. La joven pareja alquiló las instalaciones de lo que es hoy Adega de Emilio, montaron una gran posada, para alojar a tantos castellanos que llegaban con sus caballerías y mercancías.
Todo era feliz. Benito tenía una empresa, familia y, gran amante del teatro y la música, disponía de colecciones de ópera y zarzuela, con un fonógrafo aparatoso, con gran bocina. Feliz, muy feliz. Hasta que llegó la terrible gripe del 18. Moría mucha gente. Ya tenían nueve hijos. Separaron a sus hijos menores, al enfermar los tres mayores. Serafina, la que sería nuestra madre, con siete años, la enviaron con unos amigos a Chantada. Murieron los cuatro primeros. Y luego, Eleuteria, la madre. A la niña en Chantada la vistieron de luto y ella se asustó. Escapó escondida en un carro que venía para Ourense. Y en su casa se encontró a su padre de cuerpo presente.

Da para mucho más. Y le añado, con perdón, un curioso final. En los años cincuenta se me ocurrió hacer un guión de radio con esta historia y enviarlo a un concurso de la SER. Sorprendente. Una tarde, escuchando Radio Madrid, pudimos seguir aquella terrible, trágica situación de aquellas niñas de la familia Sobrino Alvarez que vivían felices y hubieron de afrontar aquella realidad. Contada por el cuadro de actores de la SER. ¡Ah! Y me premiaron con el primer televisor que hubo en mi casa.

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