Opinión

El culo de Kim Kardashian

En el Siglo de Oro de las letras españolas dos primeros espadas se disputaban la peana de la honra. Uno, Quevedo, quien además de gloriosos sonetos nos legó sus lentes, el otro Luis de Góngora, artificiero de la lírica. Dos gallos en un mismo corral que se lanzaban afiladas dagas en forma versada. Episodios, muchos, pero sobre todo “A una nariz", será para siempre la radiografía cincelada de un personaje narigudo. Nada inocente insinuación cuando se perseguía la puereza de sangre. A pesar de la sátira, del cómico retrato de Quevedo, para un judío -entonces- había dos caminos, conversión o el premio final en la parrilla de la Santa Inquisición.

Quevedo era un exagerado, y socarrón que se aferraba al tópico de su rival para joder.

En qué se parecen los ilustres de nuestras letras y Kim Kardashian, la “modelo” de sí misma que día tras día nos demuestra su métrica. Ninguna, mero ejercicio retórico.

Qué sería de internet sin estos laxantes de la memoria, los que nos hacen olvidar que los polos se derriten y el lince Ibérico va camino de extinción, o que el macho alfa de la manada, insisten, tiene problemas. El mundo camino de la gloria final y lo único que marca tendencia son unas posaderas enormes como mesetas cimbreadas en cuerpo de mujer que desatan el pánico cada vez que se muestra desprovista de ropa y complejos. La chica desafía la gravedad con su lucrativa causa y lo cuelga o lo publican para que no haya oscuridad en sus días. El sueño americano se hace realidad cada mañana en personajes así, capaces de desafiar al sistema, de poner en tela de juicio que lo importante es desengrasar las braguetas del planeta. Desconozco todo en esta chica, todo menos su culo, apéndice superlativo como las tetas de Anita Ekberg, o de Antonietta Beluzzi, la estanquera de Amarcord, que nos hicieron soñar. Pienso en Quevedo, en Fellini y en el eterno wi-fi de cada día.

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