Opinión

Días felices

Uno busca con el pensamiento ese estado ideal, ese lugar digamos casi mítico, donde no hay GPS que valga para llegar: la felicidad. 
Uno se cita con el vocablo, se pregunta si existe, o si el camino para llegar a él, como apuntaba Cavafis, el poeta, consistiera también aquí en eso, en la importancia del viaje, y no en el destino. ¿Pero realmente la felicidad es algo? ¿Cuántas personas felices conocemos? 
Si la felicidad fuera algo tangible, en una sociedad tan cristalina, tan de pose, que nos guía, ya va siendo hora de que alguien reivindique un listado con todos esos privilegiados y foto de pose de Instagram. Pero no hay ranking comparable a los conocidos listados de ricachones al estilo de la de Forbes que desatan siempre las envidias de un personal de por sí envidioso. 
¿Felicidad? Viendo la realidad líquida que nos envuelve, lo que nos acompaña se parece más a un estado de rabia desatada, porque el mundo hoy semeja un pozo de miseria rodeado de incertezas.
Populismos. Se dice que los partidos populistas llegan porque engatusan al personal con sus recetas en la nostalgia de los días felices, porque allanan el camino allá donde todo son curvas y repechos, porque prometen ese destino de la felicidad sin esfuerzo. La vida no es fácil, está claro. Por eso la receta triunfa, a derecha e izquierda, con extremismo como apelativo despectivo o sin él, con el nacionalismo pegado, o con lo que sea. 
  El populismo ha llegado para quedarse, aprovechándose de la parálisis política y no se llama Vox, o no sólo. El lenguaje zafio, la nula educación hace tiempo que ha entrado también en nuestro debate localista, hasta vanagloriarse del papel y hacer las delicias del ciudadano gozoso de ver empujar al contrario político hacia el fango en un espectáculo bufonesco. Como si así se solucionaran sus problemas. Sí, todo eso aquí ya ha pasado, para sorpresa del intelecto y de las formas empleadas,suma seguidores; sí, y ahora llega Vox, dicen.

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