Opinión

¿Hubo alguna vez tiempos felices?

El oficio de vivir no gana para disgustos. Parece que fue ayer cuando Occidente había puesto todas las ilusiones -utopía necesaria- en un candidato como Obama, de dialéctica impecable, una ecuanimidad y talante como nunca se había visto por estos lares, que casi antes de sentarse en la poltrona de la Casa Blanca ya le habían otorgado un premio Nobel, imagino que como medida preventiva o mero efecto placebo. Esas mismas esperanzas se pusieron en Hollande.

De la victoria de Donald Trump la única lectura positiva que servidor ha escuchado es que, a partir de ya, Europa o lo que queda de ella se tiene que hacer mayor y dejar de pensar en el amigo americano sea quien de salvarle del infierno como históricamente se ha vivido.

Algo está virando en el mundo que los deseos del “establishment” y por extensión los de la opinión pública, al menos si observamos resultados electorales, ejercitan una especie de movimiento en péndulo, incluso contrarios a la razón. Trunp asemeja un cabestro envenenado, aderezado por sus dotes actorales televisivas -de eso tenemos experiencia- pero también a la altura de otros presidentes norteamericanos. Tal vez Obama, por sus formas y su bagaje intelectual, era la excepción, pero algo ha tenido que irritar, alguna parte del mensaje no ha llegado adecuadamente para que este singular personaje duerma pronto casi pegado al botón rojo nuclear.

A Hitler, que no llegó al poder por las urnas -aunque sí ganaría las elecciones del 33, beneficiándose de una realidad envenenada-, llegó por intereses políticos y empresariales, encomendó a Europa a un abismo sin precedentes. En todo este reino de incertezas, populismos de todos los colores están ganando adeptos no por decir la verdad, sino por decir las verdades que la peña quiere escuchar. El riesgo es grande, los populismos han traído burdas manipulaciones y mensajes reduccionistas. Alguien me dijo el otro día que era porque se añoran esos tiempos felices. ¿Los hubo?

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