Opinión

¡Qué veranos, presidente!

Hacer lo mismo, de la misma manera, durante mucho tiempo. A eso se le llama rutina. El hombre -algunos- es un ser repetitivo que cansa. La frecuencia en los hábitos te moldea la vida. Adolecer de una vida intensa, de esas que descubrimos en los relatos o en el cine nos convierte en personas vulgares, aburridas; de cuando en vez uno se permite descubrir el mundo en cada esquina. 

Camino del café con el que despierta el día, una gaviota resalta al final de un callejón aún oscuro, se afana con una gran porción de pizza, allí entre latas de cerveza y algún que otro vaso con líquido no identificado. Sin prisa, como si todo aquello también estuviera marcado por la rutina, retoma un vuelo con la incomodidad del gran botín entre su pico. Antes, estas aves realzaban el paisaje marino, ahora son presa de la rutina tierra adentro. El ave se aleja.

A veces los sueños se envuelven en bellos armazones. Un coleccionista se sacrifica por atenazar sueños imposibles, hasta que los alcanza. De todas las colecciones soñadas la de los coches clásicos es una mezcolanza de tiempo y memoria sobre un pedazo de armazón exclusivo de la historia de la automoción. Una vez, servidor conoció a un coleccionista que tenía toda una gran casa de campo dedicada a atesorar miles de objetos que habían pertenecido a otros, aquello era un gran almacén de curiosidades por donde uno pudiera haber transitado durante meses, entre otros tenía dos Citroen DS que decía habían pertenecido a De Gaulle. Siempre que veo un coche antiguo me acuerdo de la historia, esta mañana la Plaza Mayor despierta llena de coches clásicos. Todos, más allá del valor que retienen, tienen su historia, muchas veces ajena al actual propietario, que al hacerse con la pieza también compran todo aquello que acompaña al vehículo. 

De regreso a casa, justo antes de moldear estas líneas, percibo el semblante de la gaviota, impávida, sobre un altillo. Lo niega todo.

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