Opinión

La verdad y la educación

Vivimos tiempos apocados, enfermizos, más allá del de la pandemia que lo ha infantilizado todo, hasta la ciencia a la que irrevocablemente quedamos entregados. 

Tiempos cutres, que ya estaban, pero ahora más. La cultura, en su más amplio sentido y extensión, es la que nos ha permitido resistir y superar todas las crisis que no han sido pocas, ni siquiera pacíficas. La cultura y la palabra, también en el debate político, aunque en este, y para siempre, lo que está por emerger es la madre de todos los populismos. Las políticas -independientemente de la orientación- se disfrazan para satisfacer esas necesidades generadas a través de artificiosos estados de opinión, en donde no importa poner en riesgo ni la libertad, la verdad, o la misma democracia. “La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés”, que diría Machado. Pero entre la verdad y la mentira, son cientos los caminos. Esta semana se ha aprobado la ley Celaá (una suerte para los ministros ponerles nombre a sus propias leyes), tan presa de ideología como falta de consenso, que más que una norma semeja estar hecha para irritar al otro, lo normal, en un país de bandos, porque la verdad sólo es una aunque llena de matices. 

Somos hijos de la Ilustración, surgida para iluminar las sendas de la ignorancia, y la Razón. Nada más eficaz que el conocimiento para combatir la ignorancia, construir un mundo mejor alejado de la tiranía y un mundo -el del XVIII- reo de las supersticiones. Los medios de comunicación, hoy tan en entredicho, son hijos de todo esto. La educación y la cultura nos han dado suelo firme para caminar, en momentos complicados. La vida no es sencilla, ni fácil, la educación por ello no puede ser un coladero complaciente donde primen valores ideológicos sobre los pedagógicos. Salvo que lo que se busque sean futuros títeres en manos de políticos populistas. Es -dicen- la octava ley de Educación que se pone en juego, un disparate ya en el número, Ninguna de ellas ha recogido frutos, por falta de tiempo; al menos se le podía haber pedido algo más de consenso, que es lo más parecido a perseguir la verdad.

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