Opinión

El abrazo

Pocas veces un abrazo ha tenido tanto reflejo mediático y además, tantas interpretaciones. Ese cruce de brazos entre dos dirigentes políticos ha tenido más repercusión que el día que Rajoy no le dio la mano al entonces jefe de la oposición, el hoy aspirante a ocupar la Moncloa, Pedro Sánchez.

La estampa del abrazo en que se fundieron el líder del PSOE y el de Podemos, Pablo Iglesias, tras la firma del documento del preacuerdo para un gobierno de coalición -ese mismo que hasta hace no mucho renegaba el presidente del Gobierno en funciones- ha tenido diversas lecturas en cuanto a su lenguaje no verbal. Ha sido una imagen para inmortalizar. Y con el tiempo incluso se hablará de ella como pasó con “El beso” de Gustav Klimt o el de Pablo Picasso. Y eso que no hubo beso -y no es un pareado- y no sería de extrañar conociendo la tendencia del dirigente morado -por el color del logo de su partido, claro, no piensen mal-, puesto que los archivos de los medios de comunicación albergan imágenes suyas besándose con políticos como Xabier Domenech o Iñigo Errejón -con quien, por cierto, no estará ahora mismo para muchos “bicos”-.

La cuestión es que dicho abrazo ha sido, como decimos, analizado más allá de la pura interpretación de la cortesía. Habitualmente, cuando dos personas suscriben un documento que contiene un acuerdo o un convenio, a su término, tras intercambiar los portafolios suscritos por ambos, se dan cordialmente la mano. Lo de engancharse en un abrazo, queda al albedrío de cada cual en función de las ganas que tenga de establecer ese contacto o del afecto o proximidad entre los dos protagonistas.

No cabe duda que ambos personajes quisieron, con ese acto público, como suele decirse, “marcar el territorio”. El líder del PSOE se presentó como principal protagonista por ser él quien proponía, y el de Podemos como el encantado receptor de la propuesta -cómo no, si le están ofreciendo algo que durante tanto tiempo se le estuvo negando-. De esta manera, cuando el socialista le tiende la mano al podemita, este opta por abrazarle efusivamente “capturando” prácticamente a su interlocutor de manera que este se sintiese como “atrapado”, y denotando que no esperaba esa reacción de su potencial socio de gobierno coaligado. 

En cualquier caso, al margen de otras interpretaciones sociopolíticas de esta escena, es obvio que este gesto postfirma ha sido escudriñado por expertos aplicando principios proxémicos que analizan nuestro cuerpo en espacios personales y también lo que se conoce por “háptico” relacionado con todo lo táctil (brazos, codos, manos, hombros, presión de los dedos, inclinación de cabezas…). Todo digno de un cuadro para la posteridad.

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