Opinión

Roce social

Sin duda que esto del coronavirus ha alterado nuestra vida social. No hablamos de las medidas sociosanitarias que se están tomando para evitar contagios, sino también de cómo afecta a nuestras relaciones sociales cotidianas y especialmente al contacto con nuestros convecinos. Nos referimos a un contacto de cortesía y que, por otra parte, con la declaración del estado de alarma, se han reducido a la más mínima expresión, por no decir que cuasi se han vetado.

Pero aprovechando la cuestión, queremos hablar de la escenificación social del saludo. Algo tan cotidiano como darse la mano, un abrazo o unos besos, se ha convertido en una acción de riesgo, empezando por la propia recomendación que hacen las autoridades sanitarias. Incluso los medios se han hecho eco de varias formas, poco ortodoxas, de saludarse, más allá de las convencionales y tradicionales. Pero incluso los obispos gallegos han difundido una nota con una serie de recomendaciones cuando se participa en alguna celebración litúrgica, como por ejemplo “mantener la indicación de evitar dar la mano y otras formas de contacto físico en el rito de la paz”, recordando que según lo previsto en las normas, es posible “prescindir de este rito en estas circunstancias”. 

Cabe recordar que el saludo es la forma en que indicamos a los demás que hemos advertido su presencia y les demostramos los sentimientos que nos inspiran. Es tan necesario en sociedad que la forma más contundente de expresar el enfado con una persona es negarle el saludo, cosa que se interpreta como un desprecio o incluso un propósito deliberado de ofenderle. Pues bien, como decimos, estos días los ciudadanos tendemos a evitar estas expresiones consuetudinarias de saludo -apretón de manos o el beso en la mejilla que, por cierto, siempre ha de ser “seco”-. No implica, pues, un desaire el evitar estas fórmulas, lo que pasa es que, por inercia, se tiende a no proliferar con las mismas.

Así pues, en estos tiempos tan inciertos en cuanto al tipo de relación que hay que mantener con nuestros congéneres, es cuando cobra valor la aplicación de que lo que se entiende por “proxemia” y que contempla el análisis de los comportamientos no verbales referidos a la utilización del espacio en el que se produce la relación entre una persona y sus semejantes. El hábito latino de relacionarse a una distancia muy próxima a nuestros semejantes como gesto de confianza es propio de culturas de contacto, donde también se encuentran los países de la Europa mediterránea y árabes, mientras que las culturas de “no contacto” abarcan países del norte de Europa, América y Japón.


Edward Hall, el antropólogo que precisó este concepto de proxemia, estableció una “zona íntima” de aproximación, que abarca la comprendida entre 15 y 46 centímetros de distancia y es apropiada para personas de nuestro círculo íntimo, familiares o amistades, y luego la “zona social” que comprende de 1,20 a 3,60 metros, adecuada con personas ajenas a nuestro entorno y que es la distancia habitual en las reuniones formales.

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