Opinión

El sainete tragicómico cameral

Si nos atenemos a lo que reza el Diccionario de la RAE, por sainete se entiende “obra teatral en uno o más actos, frecuentemente cómica, de ambiente y personajes populares, que se representa como función independiente” o también “pieza dramática en un acto, de carácter popular y burlesco, que se representaba como intermedio o al final de una función” y finalmente, en sentido coloquial, “situación o acontecimiento grotescos o ridículos y a veces tragicómicos”. Mientras que tragicomedia significa “obra dramática con rasgos de comedia y de tragedia” o “situación o acontecimiento en que se mezclan lo trágico y lo cómico”.

Pues bien, tanto de sainete como de tragicomedia podemos calificar, una vez más, la ceremonia -que lo es, con toda la solemnidad que ello implica- de constitución del Congreso de los Diputados correspondiente a su XIV Legislatura. Ceremonia lo fue, pero del esperpento -con licencia valleinclanesca y por mucho parecido físico que tuviese con este autor el diputado socialista Agustín Zamarrón, quien volvió a presidir la mesa de edad como hizo en la recientemente fenecida legislatura precedente por la que por cierto, pidió perdón por su incumplimiento-. Y por supuesto, estuvo carente de la solemnidad que requería tal ceremonia desarrollada en un espacio tan magno y mayestático como es el Palacio de la Carrera de San Jerónimo. 

Y resulta curioso que este noble edificio sea la sede donde se reúnen a deliberar -aunque a veces sería mejor decir a “atribular”- nuestros llamados eufemísticamente “padres de la patria”, pero qué padres y de qué patria, porque según lo visto, hay más de una en este estado llamado España. Y decimos curioso que estos que ejercerán como diputados -por obra y gracia de la Constitución que muchos de los allí presentes denostan- dado que el santo al que debe el nombre tal lugar está considerado Padre de la Iglesia -uno de los cuatro grandes padres latinos- y a él se debe la traducción al latín de la Biblia, llamada la Vulgata (de vulgata editio, “edición para el pueblo” y que fue la versión única y oficial de la Biblia para la Iglesia latina hasta la promulgación de la Nova Vulgata en1979). 

Conviene asimilar estos conocimientos históricos, pues la gran responsabilidad de quienes acaban de ocupar los escaños del Congreso, entre empujones para coger el mejor sitial, ridiculeces a la hora de prestar la fórmula del juramento o promesa vulnerando no sólo un reglamento sino las reglas de sentido común -por mucho respeto que pidiese la reelegida presidenta-, es la elaboración de leyes que regirán la vida de los convecinos-electores y, sobre todo, actuando conforme a nuestra magna obra que es la Constitución, de un tiempo a esta parte acosada y que es como la Biblia de la ciudadanía. La de San Jerónimo duró unos cuantos siglos y sin vilipendios.

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