Opinión

¿Debe prohibirse el velo?

Debemos permitir o prohibir el velo? El domingo 7 de marzo, Suiza celebró varios de sus muchos referendos, que constituyen un rasgo distintivo de la democracia helvética. Los ciudadanos suizos decidieron en esa jornada sobre varias cuestiones. Una de las decisiones fue muy controvertida y ha suscitado una fuerte polémica más allá de las fronteras. Se proponía limitar el velo facial, y se aprobó por escaso margen. Es la segunda vez que los ciudadanos suizos deciden en referéndum de una manera interpretable como un agravio a la fe islámica. La primera vez, hace más de una década, se prohibió la construcción de minaretes en las mezquitas para evitar que el paisaje urbano reflejara la presencia significativa de población musulmana en el país alpino. Ahora la mayoría le ha dicho a su minoría musulmana que se acabó el velo, contra la opinión expresada por el gobierno federal, por la mayoría del parlamento y por organizaciones como Amnistía Internacional. Las propias instituciones de la comunidad islámica también habían expresado su disgusto ante esta medida.

Muchas religiones intervienen en el atuendo de sus fieles. Los sijs llevan turbante. Los judíos asquenazíes utilizan un atuendo completo muy particular. Los varones judíos (pero no las mujeres) llevan quipá. Las mujeres musulmanas (pero no los varones) llevan pañuelo para cubrirse el cabello. Además, infinidad de personas que llevan una vida dedicada a su religión, portan diversos hábitos, desde la sotana de los sacerdotes católicos o el hábito de sus monjes y monjas, hasta la túnica de los budistas, etcétera. En la sociedad coexisten infinitos uniformes oficiales o privados, atuendos laborales y toda la simbología que los individuos quieran expresar mediante la vestimenta, desde los ropajes de cada tribu urbana hasta las prendas de los aficionados al fútbol, o la estética de las diversas ideologías políticas. Muchas personas llevan colgando del cuello un crucifijo, una estrella de David o cualquier otro símbolo de su fe. 

Se ha distorsionado la decisión suiza catalogándola de prohibición del burqa, pero junto a esta prenda se prohíben las demás que cubren la nariz y la mandíbula, como el niqab y ciertos usos del hiyab y del chador, ya que la tela de estas dos últimas prendas puede o no emplearse para tapar la parte inferior de la cara. El burqa perjudica la visión al tapar los ojos tras una celosía de tela. Las demás prendas no tienen efectos sobre la salud. En cualquier caso, la decisión corresponde a estas personas adultas. También se ha dicho que el motivo es la identificabilidad de las personas en caso necesario, pero es una burda excusa. La legislación ya obligaba a descubrirse en caso de ser requerida su identificación por la policía. No había ninguna necesidad de violentar a una determinada confesión religiosa. Si semejante agravio se hubiera cometido contra los judíos o los cristianos, se habría considerado intolerable. Y lo sería. El antisemitismo debe ser desterrado definitivamente de Europa, y la islamofobia también. Si el motivo fuera la seguridad, ¿qué pasaría con la mascarilla que llevamos todos por la pandemia? ¿O con las bufandas y los pasamontañas en un país tan frío? 

Quienes celebran la decisión suiza sostienen que la prenda en cuestión denigra a la mujer o constituye una imposición. El primer argumento esconde un claro anhelo de ingeniería social. La opinión que cuenta sobre si algo es o no denigrante es la de la persona en cuestión, no la de quienes desean moldear la sociedad según sus valores y su estética. Últimamente asistimos a la prohibición de azafatas en los finales de etapa de las vueltas ciclistas, a la restricción de modelos femeninas pero no masculinas en eventos diversos, o a su desnudez en la publicidad, y vivimos en general un clima de retorno a la moral victoriana, impulsada esta vez por la izquierda política. Sólo falta empezar a medir las minifaldas. Y, por su parte, la derecha más tradicionalista y confesional quiere acabar con el velo como ya acabó, al menos en Suiza, con los minaretes, porque detesta que haya en nuestra sociedad personas de confesión musulmana, y desea incomodar a esas personas e invisibilizar su presencia. Los colectivistas de izquierdas y de derechas se han propuesto decirle a todo el mundo cómo tiene que vestir, y a este paso llegaremos a la veintena de cortes de pelo oficiales de Corea del Norte, o a uniformar a toda la población como se intentó durante la Revolución Cultural de los años sesenta en China.

El otro argumento, la involuntariedad del velo, esconde una mezcla de desconocimiento y desprecio. Es cierto que hay mujeres que no desean llevarlo y lo hacen obligadas. Eso es lo que hay que perseguir, caso por caso. Esa coerción ejercida por los padres, los maridos o quien sea es intolerable en una sociedad civilizada. La libertad individual de la mujer que se vea obligada a ponerse el velo sin desearlo es superior a cualquier fe religiosa, y debemos apoyar a mujeres valientes como la abogada iraní Nasrín Sotoudeh, condenada a treinta y ocho años de cárcel por defender a las mujeres que se quitan el velo en público desafiando las leyes religiosas liberticidas de su país. Pero, por ese mismo motivo, la libertad de aquellas que sí desean llevarlo, sea en Teherán o en Ginebra, es también superior a cualquier prejuicio o a la agenda recristianizadora de los nuevos nacionalpopulismos europeos. Al prohibirse el velo a todas, se desampara a quienes lo llevan de forma consciente y voluntaria como expresión de su inalienable libertad religiosa y de expresión. El único criterio válido es la libertad de cada mujer.

Te puede interesar