Opinión

Europa: regresa el golpismo

Gravísimo. Absolutamente gravísimo lo que ha sucedido en Francia y casi ha pasado desapercibido fuera de ese país. Las autoridades francesas han detenido hace poco más de un mes a un viejo conocido, Rémy Daillet-Wiedemann, ideólogo de la extrema derecha y multiplicador entusiasta de todas las teorías de la conspiración imaginables. Daillet, que ya estaba siendo procesado por otros presuntos delitos, ha sido formalmente acusado de montar toda una milicia con alrededor de trescientos soldados entrenados y miles de seguidores ocultos en los más diversos entornos de la sociedad francesa. Pretendía, sencillamente, dar un golpe de Estado para deponer al presidente y al gobierno elegidos en su día por los ciudadanos franceses. En el proceso de reclutamiento, prometía a los seleccionados tomar al asalto el palacio del Elíseo, residencia oficial del presidente francés. Las ramificaciones del caso son enormes y, varias semanas después de que saltara el escándalo, apenas se está comenzando a desbrozar las conexiones y los apoyos discretos que ha recibido Daillet.

Él ha negado los cargos, pese a la inabarcable evidencia en su contra, y ha declarado que se considera preso político. Deportado por Malasia unos meses atrás, al haberse quedado ilegalmente en ese país tras vencer su permiso como turista, Daillet ya había sido acusado en su país por el secuestro de una menor, motivando una orden internacional de busca y captura. Todo esto da una idea del tipo de personaje que es Rémy Daillet, no muy diferente de la imagen que habitualmente proyectan los golpistas de extrema derecha. Pero... ¿en Francia? No estamos hablando de un país del Tercer Mundo, ni siquiera de una democracia joven de algún lugar de los Balcanes o de la ex Unión Soviética. Hablamos de uno de los regímenes políticos más liberales y más sólidos del Viejo Continente.

El movimiento de Daillet, denominado Honor y Nación, estaba creciendo a buen ritmo mediante la inclusión de grupúsculos formalmente nacionalsocialistas y diversas redes de conspiranoicos. Entre los planes de acción documentados por la policía se encuentra, por ejemplo, una serie de ataques a centros de vacunación de Covid-19. Honor y Nación, infiltrado aparentemente en los partidos y organizaciones de la derecha radical con representación en las instituciones, no se conformaba sin embargo con participar así en el juego institucional y político.

Admirador de Trump y seguidor del movimiento conspiranoico Q-Anon, Daillet considera que la tecnología 5G es un mecanismo de control social. Entusiastas de la teoría de los “chemtrails” (que postula la existencia de un complot para la administración de sustancias a la humanidad entera mediante las nubes generadas por los aviones a reacción), Daillet y sus compañeros de armas habían llegado a la conclusión de que sólo por la fuerza podía provocarse un auténtico cambio de sistema en su país. Así, en varios vídeos publicados en redes sociales, Daillet había realizado encendidos llamamientos a un “golpe de Estado popular”, como si ese adjetivo restara gravedad o aportara legitimidad a la acción propuesta. “He decidido tomar el poder para restaurar Francia y devolveros la libertad”, manifestó este padre de siete hijos en otra de sus alocuciones, afirmando que “voy a derrocar al gobierno, totalmente vendido a los poderes económicos. Detendré inmediatamente la fumigación aérea; prohibiré la masonería y otras sectas peligrosas (...) y acabaré con el programa para implantar el 5G, lo desmantelaré por completo”.

Pero lo importante del caso Daillet no es que el personaje sea un extremista ni que le falte, obviamente, algún tornillo. Lo importante es su capacidad de convencer, pese a ello, a miles de personas y de reclutar a cientos de milicianos dispuestos a acciones armadas. Lo importante es averiguar quién le ha financiado a sabiendas de su locura, es decir, quien le ha instrumentalizado o, en otras palabras, quién busca desestabilizar Francia o, en realidad, Europa occidental. Cabe recordar que lo sucedido en Francia puede pasar mañana en Alemania, en Italia o en España. ¿A quién beneficia la reaparición del peligro golpista? Conviene reflexionar sobre las consecuencias que está teniendo el auge del nacionalpopulismo en Europa. Si en Estados Unidos ha llegado incluso a asaltar el parlamento, ¿qué puede llegar a ocurrir a este lado del Atlántico? Los paralelismos con la República de Weimar no dejan de perfeccionarse. Organizaciones como la de Daillet bien podrían recurrir, por ejemplo, al pistolerismo. En Francia habrá elecciones en 2022, y esta vez parece entrar dentro de lo posible que Marine Le Pen o Éric Zemmour se hagan con la presidencia de la república. No sería solamente el final de la Francia que habíamos conocido desde 1945, sino el de la Europa occidental políticamente organizada mediante el entramado institucional del liberalismo clásico. Seguramente haya llegado ya el momento de que las democracias liberales digan “basta”, porque lo de Daillet es una anécdota, sí, pero ilustrativa de un mal mucho más profundo. Un tumor en la base misma de nuestro sistema de gobernanza política, que amenaza con llevarnos a rastras hacia el “Estado iliberal” de Viktor Orbán.

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