Opinión

Feijóo, Sevilla, Moncloa

El líder del Partido Popular Europeo (PPE), Donald Tusk, no da puntadas sin hilo. Es un político veterano que ha sido primer ministro de su país y presidente del Consejo Europeo. Pero sabe de qué va la nueva derecha radicalizada, nacionalista y populista, que ha sustituido al conservadurismo normal desde que los “tories” británicos abandonaran la eurocámara por el Brexit. Lo sabe bien Tusk porque es polaco, y en su país gobierna ahora el PiS, el partido equivalente a Vox. Nada más conocerse el pacto de Castilla y León, Tusk, que había tratado de evitarlo, expresó su malestar en las redes sociales, y decidió no acudir ni enviar una representación relevante al congreso nacional del PP español. No fue un arrebato. 

Lo sucedido en Valladolid fue muy grave. Al pactar con Vox, el PP pactó con el conjunto de su familia europea, incluyendo al eurodiputado búlgaro que, hace unos meses, hizo el saludo nazi en el hemiciclo de Estrasburgo. Al cogobernar con los de Abascal, el PP español falla allí donde los demás partidos de centroderecha del Viejo Continente han sido siempre firmes. Debemos recordar que un pacto similar, en uno de los länder alemanes, fue evitado al no autorizarlo la dirección federal de la CDU, que prefirió quedarse sin gobernar. Castilla y León, en cambio, se ha convertido en la primera región de Europa occidental donde cogobierna un partido normal con uno de esta nueva derecha que tiene un pie fuera del marco democrático. Y Vox no es cualquier miembro del grupo ECR. Es el miembro que insistentemente trabaja por la fusión de ese grupo parlamentario con el de Marine Le Pen, Matteo Salvini y la peligrosísima Alternative für Deutschland, buscando incluir además al partido Fidesz de Viktor Orbán, expulsado precisamente del Grupo Popular por sus posiciones antiliberales (“democracia iliberal”, en su jerga). Es decir, Vox es en Europa la casamentera que intenta juntar al grupo más a la derecha de entre los democráticos con el que está abiertamente más allá de ese marco.

A causa de la deriva castellanoleonesa, España vuelve a convertirse, a los ojos de Europa, en el país de extremistas donde el comunismo cogobierna a nivel nacional y el neofalangismo de Buxadé lo hace ya en la región más extensa. La indignidad del PSOE al meter en el Gobierno de España a Podemos, y sus resultados obvios, no han sido suficientes para disuadir al PP de hacer exactamente lo mismo ni para comportarse, en cambio, como se espera de un partido sistémico de la derecha democrática europea. Es más, hasta ahora el problema de expansión del populismo híbrido de raíz hiperconservadora parecía contenido en el Este: Polonia, Hungría, Eslovenia (donde acaba de perder el poder). Ahora lo tenemos de lleno en la región occidental de Europa. El precedente es temible. Los “genios” de la estrategia política del PP se creen astutos, pero esta estrategia ni asimila ni modera ni frena a Vox, y si siguen por ese camino terminarán absorbidos por el partido de Abascal. El precio pagado por el PP incluye políticas natalistas a la húngara en Castilla y León, orientadas a inducir a las mujeres a regresar a los roles tradicionales de hace muchas décadas. 

El nuevo presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, está atrapado entre ese pacto y la necesidad de desembarazarse de Vox y presentarse ante la sociedad como la alternativa sensata, moderada y bastante tecnocrática que siempre había representado su partido, lejos de las veleidades nacionalistas y confesionales de la extrema derecha. Feijóo tendrá que arropar en Sevilla al presidente de Andalucía tras haberle hecho una faena de consecuencias impredecibles con el pacto de Valladolid, que refuerza a la candidata ultra al Palacio de San Telmo. El voto emocional puede favorecer mucho a este nuevo Vox de marcado perfil obrerista y campesino, y darle los escaños necesarios para forzar un pacto similar. Si eso ocurre, ¿cómo va a articular después Feijóo una candidatura nacional creíble para los dos o tres millones de centristas, liberales y moderados diversos, de perfil urbano y clase media, que de ninguna manera aceptan una coalición con los neofalangistas? Pensarán que Feijóo, pese a su moderación, les va a hacer lo mismo, y votarán a cualquier otro, desde un Ciudadanos que podría así sobrevivir in extremis hasta, incluso, el mismísimo PSOE. Hay todo un contingente de electores en el medio del dial ideológico que teme y aborrece acabar como Hungría. Y lo peor es que, al abrir Feijóo la puerta a Vox, regala una enorme munición a Yolanda Díaz para reflotar un Podemos que ya estaba casi hundido. El camino de Feijóo a La Moncloa pasa por Sevilla y por aprender la lección de Madrid. De Díaz Ayuso debe copiar su política económica, tan sensata, pero no su temeraria apertura hacia la ultraderecha. O el PP cambia de posición respecto a Vox y lo combate, o se debilitará y hará crecer a ambos populismos extremistas. De Feijóo depende que el PP resurja o que Vox le dé el abrazo del oso.

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