Opinión

Guerra evidente, guerra soterrada

La guerra evidente es la que vemos todos los días en los informativos. Es la que ya ha desplazado a millones de ucranianos, una parte de ellos secuestrados por la potencia agresora (incluyendo infinidad de niños pequeños desplazados a los confines de la Rusia asiática para recibir adoctrinamiento nacionalista ruso en vena). Es la guerra que lleva ya miles de civiles muertos. Es la que ha convulsionado a una Europa que prácticamente se había olvidado de lo que era una guerra a gran escala en su continente. La guerra evidente nos revuelve, nos indigna y nos asusta porque no sabemos qué país puede ser el siguiente en caer bajo la bota de un Putin vesánico cuyo nivel de salvajismo deliberado, es decir, de terrorismo en el puro sentido de la palabra, no parece conocer límites. 

La guerra evidente es terrible, pero hay por detrás una guerra soterrada, discreta, acallada o silente, que se desarrolla en el mundo de las sombras y las indirectas, de lo que se dice entre líneas o se hace suponer sin decirlo. Y en ese conflicto subterráneo ya no hay solamente dos frentes claros, ya no es todo blanco o negro, agresor o víctima, Rusia o Ucrania. La guerra soterrada se libra en un campo de batalla mucho más líquido, donde los contendientes son muchos más y mucho más diversos, y sus matices explican una compleja disparidad de posiciones.

Una de las batallas de la guerra soterrada es la del sector energético, con varias potencias disputándose el futuro reparto de la tarta una vez imposibilitada la hegemonía energética rusa sobre Europa. ¿Iremos hacia un sistema más estatista o hacia un mercado más abierto? ¿Cuál será, en caso de que persista, la cuota del proveedor estatal ruso y, por consiguiente, cuál será su grado de influencia? ¿Lograremos acelerar a tiempo la implantación de centrales nucleares, la producción renovable eficiente, la generalización de la autogeneración, el fracking y el desarrollo de baterías domésticas o estaremos condenados a importar de otras regiones una energía más costosa? Las futuras dependencias de países de alto riesgo como Argelia, la interconexión de tendidos y gasoductos, las compras conjuntas de energía, o la exclusión de dictaduras para evitar chantajes como el ya soportado, son factores de una guerra que no es a dos sino a muchos, todos aparentemente partícipes de nuestro bando.

Otra batalla de la guerra soterrada es el grado de integración europea que haya de resultar de este conflicto. A casi nadie convence el modelo de construcción europea basado en una hiperburocracia poco transparente, pero los europeos le hemos visto las orejas al lobo ruso y, sin dejar de ser conscientes de la ciénaga que es Bruselas, nos hemos reconciliado un poco con el mastodonte comunitario. Se ha hecho evidente que los vetos particulares de taifas como la húngara no pueden admitirse porque ponen palos en las ruedas del bloque. Pero tampoco es admisible la imposición desde un poder centralizador, máxime si no va acompañada de luz, taquígrafos, ventilación y legitimación ciudadana consciente y retirable. Tambien en esta segunda batalla de la guerra soterrada hay más de dos bandos, múltiples alianzas no evidentes, intereses cruzados que no se ven a simple vista y objetivos a veces inconfesables.

Una tercera batalla es la global. ¿Cuál va a ser el papel internacional de las viejas potencias europeas en el Este y en el mundo? ¿Habrá una política exterior común o todo habrá sido un sueño temporal de grandes unanimidades derivadas de la simpatía por Ucrania y de la justificadísima indignación ante el déspota del Kremlin? Se nos dice desde el mismo día de la invasión que nos preparemos para una nueva Guerra Fría en la que no sólo tendremos enfrente a Moscú, sino también al régimen comunista de Beijing. Y se nos amenaza día sí y día también con una catastrófica invasión de Taiwán que, además de ser otro crimen insoportable, pondría en muy serio riesgo la contención del expansionismo chino hacia el Pacífico y la seguridad de sectores tan estratégicos como el de los microchips.

Las caretas han caído: Putin está armando una coalición internacional de todos los enemigos del mundo libre, de raíz occidental y basado en el modelo liberal-capitalista de gobernanza de la economía y de las sociedades. Xi, de momento, le deja hacer, sabedor de que el tiempo siempre corre a su favor. La guerra soterrada exigiría de nuestros dirigentes de hoy un sentido de la Historia y una verticalidad filosófica como la que, mal que bien, tuvieron sus antecesores de hace un siglo, cuando Occidente hubo de enfrentarse simultáneamente a los dos grandes totalitarismos y a punto estuvo de perecer. Lamentablemente, no parece que tengamos hoy líderes de tal magnitud. Y sin embargo, es más necesaria que nunca la unión occidental para evitar una espeluznante unipolaridad rusochina que pondría fin al mundo moderno de corte liberal, inaugurando una era de colectivismo extremo bajo el imperio inexorable del Estado en todos los aspectos económicos, morales, culturales y de gobernanza institucional de las sociedades humanas.

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