Opinión

Otro islam es posible

Hace más de veinticinco años conocí a una senadora liberal holandesa, de religión judía y muy interesada en la evolución del judaísmo. Estaba muy preocupada y triste por lo que veía en su religión. La facción reformista sufría, a su juicio, una caída sostenida que amenazaba con dejar la religión en manos de los sectores más conservadores. Pero por aquellos años, a mediados de los noventa, esa involución del judaísmo estaba completamente eclipsada por otra mucho más visible, la del islam. Visité en aquel periodo bastantes países musulmanes y algunos de ellos, especialmente Argelia, anualmente, y doy fe de la rápida desliberalización social y de la implantación vertiginosa de una versión mucho más rigorista de la religión mayoritaria, que además cursó con la invisibilización y represión de las minorías religiosas. Incluso en Líbano, la Suiza de Oriente Medio, la radicalización del islamismo puso en peligro la convivencia en el que por entonces era el único país árabe con una ligera mayoría cristiana, de confesión maronita. Pero también en los países de raíz cultural cristiana, que en los últimos tres siglos han sabido privatizar el hecho religioso y separarlo del mundo civil y político, asistimos hoy a un peligroso resurgimiento de las versiones más extremistas en el seno de iglesias como la católica, la evangélica, la baptista o algunas ramas nacionales de la ortodoxa. En los Estados Unidos y en gran parte de América Latina, todo el debate que gira en torno a la llamada “batalla cultural” es en el fondo una guerra de religión impulsada por los confesionales extremistas, a la que se resisten quienes aprecian la evolución liberal del mundo contemporáneo.

No faltan cínicos que achacan esta rigorización cristiana o judía a la equivalente radicalización del islam. Pero pasa como con las ideologías políticas extremistas: los polos se retroalimentan. En todo caso, judíos y cristianos han demostrado que sus confesiones religiosas pueden coexistir entre sí y con otras, en el seno de las sociedades modernas, altamente secularizadas. ¿Pueden los musulmanes seguir un camino similar? Está de moda, en pleno auge de la extrema derecha islamófoba, negar esa posibilidad y tener a todo musulmán, incluso moderado, por agente de un cambio social orientado a sustituir religiones. La versión cultural, y no tanto racial, de la teoría conspiranoica conocida como Plan Kalergi prende hoy entre los nacional-populistas: Vox, las huestes de Le Pen, los gobiernos húngaro y polaco, etcétera. La realidad es que el islam sí puede, y debe, adaptarse al paradigma de las democracias liberales, en el marco de la civilización global en eclosión. Toda religión actualizada cabe en el modelo de sociedad vencedor de la contienda ideológica de los últimos tres siglos, cénit de la historia humana por haber traído los más altos niveles de progreso material y libertad; un modelo triple que se basa en el capitalismo para la economía, el liberalismo para la gobernanza política y la neutralidad secular frente al hecho religioso. Para caber en ese marco y seguir activas, las religiones deben renunciar a toda posición contraria a los derechos individuales y a cualquier intento de distorsionar ese modelo triple y hacer de sus respectivos credos un corsé para todos. Da igual si una religión es mayoritaria o minoritaria, y si tiene arraigo de siglos o es de reciente implantación: debe adaptarse al marco de la modernidad y las libertades, o será un cuerpo extraño que la sociedad excretará. Y esto puede pasarle tanto al islam como al cristianismo en vías de radicalización, y a cualquier otra. 

El islam tal como se entiende en los segmentos más cultos y modernos, más occidentalizados, de sociedades como la turca o la senegalesa, e incluso en la mayoría de los países árabes, es perfectamente compatible con el marco descrito. El problema han sido dos élites poderosísimas y refractarias a la modernidad, que han dado alas al rigorismo extremo, incluso violento: los ayatolás iraníes y las monarquías de la Península Arábiga. Por cuatro décadas han logrado dar marcha atrás al reloj histórico de sus países y han esparcido por el mundo un islam medieval en conflicto con la modernidad, que de ninguna manera es la única versión posible de esa religión. En la religión islámica se da hoy una fuerte pulsión reformista y modernizadora que debemos alentar y respetar. No es menor el aporte a esa tendencia de la jurista e islamóloga Kahina Bahloul, una mujer valiente y admirable. Francesa de ascendencia argelina, es la primera mujer imán en el islam francés. En su Mezquita de Fátima, hombres y mujeres rezan juntos sin la típica segregación por sexos, y la lengua empleada es el francés que todos entienden (no el árabe clásico del Corán). No lleva velo y considera que llevarlo no es, en realidad, una exigencia de dogma alguno y que cada mujer debe ser libre de cubrirse o no el cabello. Así que rotundamente, sí, otro islam es posible. O, en realidad, sólo ese islam liberal (y sólo un cristianismo liberal) es posible en el mundo que viene.

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