Opinión

La lección de Chile

Están de luto los militantes de la “nueva” derecha radical en América Latina y en España, en todo ese espacio que ellos (y nadie más) denominan la “Iberosfera”, como si fuera una capa más de la atmósfera, una capa rojigualda o estampada con la cruz borgoñona, una capa donde se respira la lengua de Cervantes y se blande la cruz de la fe verdadera. Sí, pardiez, están de luto los tercios de Flandes voxeros, y ya deben de estar postrados ante el brazo incorrupto de Santa Teresa u otra reliquia de similar fuste, para expiar sus pecados veniales y mortales, que muchos han de ser para haber provocado tamaña desgracia: ha caído Chile. Ellos, los cruzados, tras encomendarse a algún ser sobrenatural, habían dado por segura la victoria en el país andino. Se iba a revertir el proceso peligrosísimo de reescritura constitucional, se iba a poner fin a los desmanes provocados por la extrema izquierda y se iba a recuperar la senda del crecimiento económico y de la prosperidad, que habían llevado a Chile a liderar el conjunto de América Latina.

Pero, ¿cómo pensaba esta “nueva” derecha detener in extremis el desastre? ¿Defendiendo el capitalismo chileno, motor económico de la región? ¿Mostrando la incuestionable superioridad del sistema de capitalización para la jubilación? ¿Blindando la seguridad jurídica y la igualdad ante la ley, junto a la independencia judicial y la separación de poderes? ¿Afirmando contra viento y marea valores occidentales como la separación de Estado y religión, el pluralismo y los derechos de las minorías y de los individuos? ¿Explicando sin descanso que la propiedad privada es el ámbito en el que se ejerce la libertad, y que sin aquélla muere ésta? Pues no, resulta que no, resulta que las huestes de Kast, contagiadas del nacionalpopulismo retrógrado que asola América Latina, inyectado en gran medida desde el movimiento MAGA de Trump y desde el Vox español, habían cambiado de estrategia. Y la de ahora pasaba por entregarse al tradicionalismo conservador en todo lo no económico. Es lo que llaman “dar la batalla cultural”, un comodín que sirve para llenarlo con cualquier cosa, pero normalmente con toneladas de revisionismo respecto a las últimas siete décadas.

Quieren volver a antes de la Segunda Guerra Mundial (para ver si esta vez la ganan). Quieren que las mujeres y los no blancos acepten los roles de antaño, que los gays se encierren de nuevo en los armarios, que su iglesia tenga bastante poder terrenal, que el capitalismo sea un juego cerrado de caballeros elegantes y no un mercado abierto para todos, cuya consecuencia directa es el fin de las castas y la plena movilidad social. Les horroriza esa movilidad social, que consideran un anárquico sindiós. En América Latina la movilidad social está muy mal vista por las clases altas. En México, recuerdo, me hablaron una vez de “pigmentocracia”, y no faltaba razón a quien la observó y etiquetó: los pantones de la piel se oscurecían al mismo ritmo que bajaba el poder económico, con escasas excepciones. Chile es un país de mayoritaria etnicidad europea donde apenas se da este problema, pero casualmente los mapuches del Sur están en medio de todo el conflicto. ¿Manipulados por la izquierda? Sí, por supuesto, debido a la extrema torpeza de la derecha.

Que recapaciten los voxers azules y los voxers cuasipresentables, los émulos de Polonia, los fanboys de Orbán, los adoradores de Trump, los franquistas del siglo XXI. Que pierdan toda esperanza de hacer realidad mediante la coerción estatal su sociedad puritana, victoriana, arcaica, reprimida. Que este jarro de agua fría les resulte esclarecedor: no es así como se vence a la izquierda. No, no y cien mil veces no. La estrategia de la crispación no funciona. La tensión sobredramatizada favorece a la izquierda porque maneja mejor los sentimentalismos. A la izquierda se la vence con ideas alternativas a las suyas, contadas de frente y sin envolverlas en el manto de la Virgen ni en la bandera de la patria.

Lo que necesitan latinoamericanos y españoles es liberalismo político, capitalismo económico y racionalismo filosófico, y en nada ayuda a todo eso asustar a la gente promoviendo a estas alturas el regreso a un modelo social mitad convento-mitad cuartel que casi nadie compra hoy en día. La nueva derecha ha de ser moderna, cosmopolita, laica, emprendedora. No puede ser percibida como un retroceso en los niveles de libertad moral e individual ya conquistados. Si así se la percibe, la fracción intermedia del electorado se decantará irremisiblemente del lado de la izquierda por puro miedo a perder libertades personales. Y, sí, las perderá igualmente por ese otro lado, por supuesto, y de manera muy grave… pero la derecha habrá fracasado. ¡Es tan evidente…! Esta “nueva” derecha es irremediablemente funcional a la izquierda. Si no existiera, la izquierda la inventaría. Mientras la derecha esté plagada de aspirantes a Abascal, la izquierda gozará de buena salud. Sólo tiene que agitar el miedo que ellos provocan solitos. ¿Servirá de algo la lección de Chile?

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