Opinión

El liberalismo está en peligro

Últimamente, es posible que el lector haya oído un “palabro” relativamente nuevo, que empieza a proliferar en los cenáculos políticos e intelectuales: “post-liberalismo”. En España lo emplean sobre todo son los dirigentes de Vox y, especialmente, los de su fundación ideológica, Disenso. Es un término que pone los pelos de punta a cualquier persona acostumbrada al marco de libertades de nuestro tiempo. Uno de los teóricos más reconocidos de este llamado “post-liberalismo” es el estadounidense R.R. Reno, que proclama su advenimiento y define esta etiqueta ideológica como “el retorno a los dioses fuertes de la tradición, que habían sido desbancados por los dioses débiles de la apertura opresiva”. Es una definición terrorífica, pero interesante. Resulta que para estos señores tan anti-popperianos, la apertura es opresiva. Parafraseando a Popper, está claro que ellos se erigen en los enemigos de la sociedad abierta. Sólo la refutación de esta idea, que entraña un retroceso enorme, daría para escribir un tratado.

Estamos ante una nueva derecha, como dice el conocido politólogo argentino Agustín Laje, que se ha convertido en uno de los máximos exponentes de la nueva derecha radicalizada, ultraconfesional y derivada de la Alt-Right norteamericana. Es una derecha antisistema que en nada se parece al conservadurismo elegante, burgués y “de orden” que tuvo como iconos a Ronald Reagan o Margaret Thatcher. Esta es una derecha reaccionaria, en el sentido de que se propone reaccionar contra la evolución cultural ocurrida en el mundo libre occidental desde la Segunda Guerra Mundial, o incluso deshacer todo el recorrido liberal desde la Ilustración. Es, por lo tanto, una derecha que nace de una profunda pulsión revolucionaria y exhibe su intención de cuestionar, debilitar y sustituir el marco de gobernanza propio del mundo libre de raíz occidental. Y muestra constantemente que, en caso necesario, está dispuetas a hacerlo por medio de la fuerza bruta, como vimos el 6 de enero del año pasado en el Capitolio de Washington. Esta derecha amenaza frontalmente el orden basado en el capitalismo para la economía, en el liberalismo para la política y en el racionalismo neutral para la gestión de las creencias místicas.

Es, además, una derecha altamente anticapitalista. Otro de los intelectuales del “post-liberalismo”, Adrian Vermeule, afirma que en el mundo post-liberal “habrán de descartarse todas las ideas libertarias sobre los derechos de propiedad”. Emplea “libertarias” como sinónimo de “desordenadas” o “anárquicas”, contrarias por tanto a la disciplina social que desea imponer, en la cual lo económico queda subordinado al proyecto nacional identitario, gestionado por un Estado fuerte. Es normal, entonces, que las formaciones políticas que beben de las fuentes “post-liberales” desprecien el liberalismo económico. Vox, por ejemplo, cada día da un paso más hacia la completa desaparición de su primer programa de política económica, que al menos bajaba los impuestos aunque no decía qué gasto equivalente recortaría para ello. Ahora, entregados como están a la estrategia de crecer en los barrios humildes, en las ciudades dormitorio y en el campo, esconden aquel programa y enseñan su nueva cara obrerista: sindicato propio, cuestionamiento de multinacionales “globalistas”, apuesta por la “soberanía energética” y la industrial, exigencias como la de hacer fijos a todos los empleados temporales de las administraciones públicas, etcétera. En España, como en el resto del mundo, el supuesto “post-liberalismo” se parece mucho a los movimientos obreristas y nacionalistas de hace un siglo, como el falangismo español, el legionarismo rumano o el fascismo italiano. Jorge Buxadé es un exponente perfecto de ese “post-liberalismo” que hace furor en la parroquia electoral de Vox. Pero, ¿qué implicaciones tiene esa deriva para los liberales y libertarios españoles? ¿Y, en general, para todos los demócratas?

Esta nueva derecha híbrida promueve lo que Viktor Orbán llamó “democracia iliberal”, mucho más parecida al régimen ruso que a cualquier forma de gobernanza deliberativa y respetuosa del individuo, del ciudadano soberano. Los post-liberales no creen en el individuo. Dicen combatir el marxismo pero están imbuidos de la lógica marxiana del “reino de la libertad”, el concepto con el que Marx sepultó la libertad individual y reconoció únicamente una supuesta libertad colectiva, de colmena, en la que la persona jamás puede actuar de forma independiente y en persecución de sus propios objetivos, en virtud de sus propios valores, porque es un mero instrumento al servicio de la comunidad. Esta “abejización” del ser humano es el resultado previsto y anhelado de la supuesta “batalla cultural” de Laje, que no es sino una enmienda a la totalidad del liberalismo clásico en su sentido más amplio, e incluye por tanto a la izquierda democrática, sí, pero también a la derecha democrática y al centro. El “post-liberalismo” consiste en cancelar el liberalismo, Popper incluido. La nefasta y totalitaria cultura de la cancelación, tan extendida por la izquierda “woke” norteamericana, tiene su reflejo simétrico en esta cancelación generalizada que la nueva derecha hace de cuanto huela a liberal. En realidad, “post-liberal” es un eufemismo. Lo que quieren decir es “pre-liberal” o sencillamente “anti-liberal”. El modelo liberal tricentenario está en peligro.

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