Opinión

Obrero y español

En la noche del viernes pasado asistimos boquiabiertos a la escena surrealista del cierre de campaña de Vox. Un Jorge Buxadé eufórico (y, como siempre, muy puesto de patriotismo o embriagado por el amor a España) Se puso a cantar a voz en grito una mezcla improvisada, o quizá no tanto, del jingle de campaña con versos dirigidos al caudillo de la formación. “Santi Abascal, a Moncloa llegarás” y cosas así. Hasta ahí, todo en orden. Son los exabruptos futboleros de muchos mítines, más allá de las ideologías. Pero Buxadé siguió improvisando y, artista él, terminó juntando esa cancioncilla con la tristemente famosa “Obrero y español”, de la banda de rock Más que Palabras, un grupo musical de extrema derecha con tintes tanto falangistas como neonazis. En la plataforma de audio Ivoox, la canción, que ahora aparece como “no disponible” lleva como metaetiquetas del usuario “falange”, “hitler”, “nazis”, “orgullo nacional” o “ibero y brutal”. En YouTube, aunque la plataforma retiró la canción, suele estar disponible porque la van subiendo otros usuarios. En el blog ultra Música Inconformista está disponible la letra, de la que Buxadé utilizó sobre todo el estribillo “obrero y español”. Pero dice más cosas. El vocalista se refiere a sus oponentes políticos como “escoria”. Arremete contra “los burgueses” y afirma que “este puto sistema no te deja de explotar”. Carga contra los inmigrantes: “lo pasas muy difícil al llegar a fin de mes, porque por cuatro duros lo hace un camerunés”. Y, sobre todo, expresa su odio al “capital”.

Es el lenguaje tradicional de la “izquierderecha” que aún persigue de manera obsesiva la “revolución pendiente” falangista. Jorge Buxadé salió de Falange hace muchos años, pero resulta evidente que Falange no salió de él. A su lado, Macarena Olona no paraba de dar botes coreando lo que él canturreaba, tal vez ignorante del origen de la letrilla insertada por un Buxadé que no da puntadas sin hilo aunque, esté algo achispado… por el clima de exaltación y camaradería. El resto de la plana mayor de Vox daba palmas y jaleaba, aunque a alguno se le notaba cierto rictus de “ay la virgen, que Jorge lo ha vuelto a hacer”. Claro que lo volvió a hacer. Conscientemente. Necesitaba movilizar al electorado de la extrema derecha convencional, habitualmente abstencionista o votante de fuerzas extraparlamentarias, ya que aún no entiende bien esta cosa nueva del nacionalpopulismo y desconfía de él porque mantiene todavía vínculos con el conservadurismo “burgués”. En esa movilización podían cifrarse algunos escaños más. Pero, sobre todo, necesitaba mandar un mensaje a propios y extraños: él es quien marca y define cada semana la paulatina evolución ideológica de Vox, sepultando definitivamente los orígenes. ¿Cómo se habrán quedado Rubén Manso, autor del primer programa económico de Vox, o Iván Espinosa de los Monteros, de apellidos no ya “burgueses” sino aristocráticos? Ese partido enseña reiteradamente al “negro de Vox” y a algún “gay de Vox”, pero lo que ya no queda es mucho “liberal de Vox”, como no sea algún despitado que, ciego voluntario, se resista a ver esta deriva obrerista rayana en la lucha de clases de sus supuestos archienemigos del otro extremo. Es una estrategia política para pasar del escenario inicial de tercera fuerza con cierta presencia institucional, y representativo sobre todo de la clase media urbana, a partido principal (segunda o incluso primera fuerza, dependiendo del lugar), haciéndole el “sorpasso” al PP. En eso están, y siguen la estrategia que en su día trazó en Francia Jean-Marie Le Pen. Para ganar, la extrema derecha tiene que ser muy de izquierdas en economía, y hasta montar sindicatos. Y todavía hay industriales, empresarios, inversores, y hasta convencidos liberales, gente del centroderecha democrático, que piensan “bueno, todo ese ramalazo obrerista sólo eso es un señuelo, y después, en el poder, harán políticas económicas capitalistas”. Pues no. La historia es tozuda y se repite. Los fascistas y nacionalsocialistas sedujeron al “capital” contra la izquierda para después hacer lo mismo que ella. Ya estaban empezando a nacionalizarlo todo, y de haber ganado la guerra, Europa habría tenido un socialismo real “alternativo” al que se dio en la parte oriental del continente. Las diferencias entre el socialismo de izquierdas y el de derechas son apenas superficiales, más allá de todo el rollo místico.

Vox está en la cresta de la ola. El Partido Popular no ha sabido hasta ahora cómo gestionar este problema, acostumbrado como está a que los rivales le salgan por el centro. Es probable que incurra en el grave error de cogobernar con ellos. A diferencia de Podemos, un Vox con parcelas de poder ejecutivo y presupuesto sí puede iniciar una succión general del PP, y a lo largo de una legislatura, dos a lo sumo, fagocitarlo. Estaríamos, en pocos años, en un escenario como el húngaro o el polaco, a un paso de la “democracia iliberal”, u orgánica. Y Buxadé podría entonar, ebrio de felicidad, no ya el “obrero y español”, sino incluso aquello de “volverá a reír la primavera”.

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