Opinión

Panspermia

Una noticia de esta semana, que quizá haya pasado desapercibida para muchos lectores, podría ser la primera confirmación efectiva de la teoría de la panspermia, una hipótesis que va adquiriendo una corporeidad cada día más sólida conforme la genética, la química y la astrofísica conquistan nuevas fronteras. Llamada a ser un marco de referencia tan incuestionable como la evolución de las especies, la teoría de la panspermia explica la vida como un fenómeno universal y no exclusivamente terrestre, ni originado una y otra vez desde cero en un puñado de planetas aptos, desconectados. La vida sería, según este modelo, un fenómeno fuertemente diseminado de unos a otros cuerpos celestes, y de unos a otros sistemas solares, mediante la constante y compleja interacción de cometas, asteroides y otros “viajeros” capaces de transportar materiales precursores de la vida, o quizá incluso material vivo en estado inerte, como los virus. El descubrimiento anunciado esta semana por la JAXA, la agencia espacial japonesa, confirma que en el asteroide Ryugu hay compuestos orgánicos nitrogenados de alta complejidad entre los que se encuentra una de las bases del ácido ribonucleico (ARN), imprescindible para la vida: la nucleobase uracilo. La nave espacial japonesa Hayabusa 2 recolectó material de la superficie del asteroide, lo selló en cápsulas de contención no contaminables y lo trajo a la Tierra. Además de la nucleobase, se ha encontrado en Ryugu niacina (vitamina B3), que juega un papel destacado en el metabolismo de los seres vivos. Los científicos consideran ahora altamente probable que una exploración más extensa de Ryugu pudiera encontrar microorganismos fosilizados, vivos o latentes, y, sobre todo, ven confirmada la teoría de la panspermia: la vida (activa o inerte) viaja por el universo y prospera allí donde las condiciones son adecuadas. Ya se había detectado precursores de los aminoácidos en otros asteroides, especialmente en los más ricos en carbono, elemento sobre el que se basa la vida tal como la conocemos.

La teoría opuesta a la panspermia es la que postula la “Tierra rara”, y acaba de sufrir un revés importante. La Tierra no es excepcional, y sostenerlo hoy es como sostener que el sol gira a su alrededor, o que no es esférica sino plana. Es una teoría tan desacreditada como la de la “Tierra joven” de los creacionistas, que sitúa el origen del mundo hacia el año 4000 ó 5000 antes de nuestra era, es decir… anteayer, en términos cósmicos. Sólo en nuestra galaxia, los cálculos más conservadores arrojan cifras inabarcables de planetas aptos para la vida, incluso miles de ellos con condiciones similares a las terrestres, y la aparición efectiva de vida se debe a la coincidencia de otros dos factores además de esa idoneidad: la existencia (o llegada) de los elementos precursores necesarios, y el tiempo. Lo que confirman las muestras de Ryugu es que esos elementos son abundantes y su traslado a entornos adecuados es tan sólo una cuestión de tiempo. En otras palabras, la vida, por fascinante y maravillosa que sea, no es necesariamente infrecuente y bien podría ser todo lo contrario: un resultado relativamente habitual del azar cósmico.

El hallazgo japonés tiene un efecto obvio sobre el partido de fútbol entre racionalistas y creacionistas: disparar muy lejos, seguramente fuera del estadio, el balón de una divinidad consciente, autora de procesos deliberados y relacionada de forma directa con cada uno de nosotros. Somos parte de un universo casi inerte al cien por ciento, pero en las centésimas o milésimas de probabilidad estadística restantes anida la vida. Dispersa al azar por las dinámicas de la astrofísica, recala y prolifera en entornos excepcionales pero no por ello únicos, como el de nuestra gran canica azul. El asteroide le ha dado un poco más la razón a Richard Dawkins cuando considera un espejismo la idea misma de que exista un dios creador cuya voluntad nos afecte. Un espejismo que hemos creado los humanos a nuestra imagen y semejanza para explicarlo todo y para darnos consuelo ante las incertidumbres y los rigores de la vida y de la naturaleza, asignándole una trascendencia en la que creer incluso si las muestras de Ryugu apuntan hacia el azar y no hacia una voluntad sobrenatural. Este año, la misión Osiris-Rex de la NASA va a traer muestras de otro asteroide, Bennu, y quién sabe qué encontraremos en ellas. El descubrimiento de seres vivos fuera de la Tierra, siquiera a nivel microbiano, no es más que cuestión de tiempo y recursos. Al mismo tiempo, conforme los humanos avanzamos en las fronteras biomédicas empezamos a vislumbrar un mundo en el que la longevidad con calidad de vida se extienda exponencialmente, la muerte física llegue a ser prácticamente evitable, y tecnologías como la criogenia y la gestación artificial temprana pongan fin a debates como los de la eutanasia y el aborto. En un escenario bastante transhumanista, los humanos seremos prácticamente nuestros propios dioses. Puede ser la etapa final de todo un camino iniciado en la panspermia.

Te puede interesar