Opinión

Lo que nos jugamos en Taiwán

Hace unos días, el gobierno de la República de China (Taiwán) sorprendió al mundo alertando sobre una posibilidad catastrófica que se cierne sobre la isla, pero también sobre el mundo libre en su conjunto: la invasión por parte de la China comunista. El ministro de Defensa estimó que hacia 2025 el gigante comunista ya contará con la capacidad militar suficiente para perpetrar la ocupación militar y un probable genocidio contra los veintitrés millones de taiwaneses.

Como se vio en el caso de la Alemania nacionalsocialista o en el de la Unión Soviética, todo régimen totalitario tiene una tendencia al imperialismo exterior. La China comunista no es una excepción. El régimen, acosado por el probable estallido de su burbuja económica, y dependiente del exterior en lo energético y en la colocación de su ingente producción industrial, lleva años enrocándose en su ortodoxia política más rancia, antimoderna y antiliberal. El XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) entronizó en 2017 a Xi Jinping como un auténtico emperador rojo, un nuevo Mao Zedong. Además, el régimen blindó su modelo de gobernanza totalitario rechazando toda forma de apertura al pluralismo político y cultural, evitando reformar la política de aniquilación contra varias minorías étnicas, deshaciendo los modelos especiales de Hong Kong y Macao, o disolviendo las diferencias entre las zonas económicas especiales y el resto del país.

Pero, sobre todo, la China radicalizada de Xi optó por una escalada respecto a Taiwán. Beijing percibe la posición geográfica de la isla como una traba a la salida al Pacífico. La China comunista lleva décadas quejándose de estar cercada por potencias prooccidentales. Toda la narrativa de la “nueva ruta de la seda”, bajo apariencia comercial, es en realidad una pugna por zafarse de ese supuesto cerco. El conflicto de las Islas Spratly, reclamadas por hasta seis Estados vecinos y ocupadas ilegalmente en algunos puntos por el gigante asiático, es un ejemplo más de ese esfuerzo obsesivo por liberarse del supuesto cerco.

Pero además, Taiwán duele y molesta al régimen de Xi y al PCCh. Duele porque es el ejemplo palpable, real, de que la cultura china en realidad es más compatible con la libertad que con el autoritarismo, más con Lao-Tsé que con Confucio. La pequeña isla que recibió como refugiados a chinos de todo el país, ansiosos por dejar atrás el comunismo, es, setenta años después, un asombroso ejemplo de prosperidad y de libertades. Taiwán molesta porque es el escaparate más perfecto de la superioridad del capitalismo de libre mercado.

Este verano, los fastos imperiales del aniversario del PCCh ya anticiparon un recrudecimiento de las incursiones aéreas y navales en Taiwán para reconocer el territorio, perfeccionar los planes de invasión y, sobre todo, amedrentar a la población de la China libre generando pánico. ¿Qué hará Occidente? Esta situación de Taiwán, de nuestro Taiwán, de la China occidental, de la China que es parte de nuestro bloque económico, cultural y político, llega en el peor momento imaginable de Occidente, tras su calamitosa y vergonzante derrota en la casilla afgana del tablero mundial. Y pese a todo, esto no se puede permitir. Lo de Taiwán es distinto. Nos lo jugamos todo. Si cae Taiwán, los efectos sobre las finanzas mundiales y sobre la moral occidental serán catastróficos. Puede ser nuestra derrota geopolítica definitiva.

En noviembre se cumplirán cincuenta años de la claudicación infame de Occidente que llevó a la China comunista a sentarse en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y de aquel error inmenso viene esta situación, “la situación más dura que hemos vivido”, en palabras del ministro taiwanés Chiu. Reconozcamos ya a Taiwán, siquiera de forma parcial, démosle cauces de presencia en los organismos mundiales y defendamos por todos los medios a esta otra China, la China alternativa, la China con elecciones y multipartidismo, la China multiconfesional y pluricultural donde sí se reconoce la libertad de conciencia y de expresión, y el primer país asiático, por ejemplo, en equiparar los derechos civiles de las personas homosexuales, incluido el de casarse; la China emprendedora en libertad, integrada en la globalización económica, la China que es parte de nosotros, parte del mundo libre, y merece nuestro apoyo sin fisuras. Una posible vía, además de la elevación del estatus internacional de Taiwán, es revisar los acuerdos comerciales en el seno de la OMC para acabar con la palanca permanente que el régimen comunista ejerce sobre Occidente.

Ya está bien. El libre comercio es entre empresas privadas de países libres, y lo que hay en la China comunista es otra cosa. Aquello de que comerciando con el régimen le haríamos abrirse a las libertades ha sido un cuento... chino. Hay que deshacerlo, hay que enseñar los dientes al régimen, y hay que defender Taiwán a cualquier precio. Nos va en ello nuestra propia libertad.

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