Opinión

Rusia es un estado terrorista

JOSÉ PAZ
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El pasado miércoles el Parlamento Europeo aprobó por aplastante mayoría una resolución que considera a la Federación de Rusia un Estado patrocinador del terrorismo. A partir de ahora, su estatus es similar al de Irán: un país forajido que fomenta y ejerce el terrorismo en el mundo y, en particular, en los países que invade. El texto, que rozó los quinientos votos a favor, sólo cosechó un puñado de votos en contra (menos del diez por ciento de la eurocámara) procedentes en general de formaciones de extrema izquierda o de extrema derecha. Quienes más fruncieron el ceño ante la resolución fueron los eurodiputados del partido húngaro Fidesz, la formación ultra que lidera el primer ministro Viktor Orbán. Todos los grandes grupos del Parlamento, es decir, todas las familias de la democracia europea (principalmente democristianos, liberales y socialdemócratas), consensuaron un texto impecable que ya forma parte del historial de ostracismo político global al que Putin ha condenado a su país.

A Rusia, expulsada del Consejo de Europa y perdedora en las Naciones Unidas hasta el punto de no cosechar más de cuatro o cinco votos, la asamblea de electos de nuestro continente la repudia ahora por terrorista, y no es una hipérbole ni una injuria. Es el resultado de todo un pliego de cargos que se detalla meticulosamente en los considerandos de la resolución. Rusia es el Estado terrorista que recientemente ha visto condenados a tres de sus agentes (dos rusos y un ucraniano prorruso) por el salvaje atentado contra el vuelo 17 de Malaysia Airlines, que mató a sus casi trescientos pasajeros en el espacio aéreo de Ucrania. Rusia es el Estado terrorista que lleva décadas atentando mediante explosivos, mediante exposición a material radiactivo o mediante bebidas envenenadas, contra decenas de sus propios ciudadanos: periodistas, políticos de la oposición o agentes de inteligencia. Rusia es el Estado terrorista cuyos enormes ejércitos de mercenarios, de los que el más conocido es el Grupo Wagner, maniobran en decenas de países de África y ahora también en Ucrania, no ya al margen de la ley, sino incluso de los más elementales códigos de combate. Y Rusia es, sobre todo, el Estado terrorista que ha lanzado contra nuestra vecina Ucrania, no una guerra convencional para dirimir por la fuerza una disputa concreta, sino una operación de exterminio generalizado cuyo objetivo es, sencillamente, eliminar el país, su lengua, su cultura y su población para anexionárselo por completo y repoblarlo con colonos rusos. Otra cosa es que pueda conseguirlo. Lo lleva intentando como mínimo desde los tiempos de Catalina la Grande y aún no ha podido con los ucranianos.

Por su volumen y por su atrocidad, los crímenes de guerra que Rusia está cometiendo en Ucrania desde el 24 de febrero no son comparables a los de ningún otro conflicto bélico de nuestro tiempo. Es necesario remontarse a la peores carnicerías del siglo XX para hallar equivalencias razonables. Rusia ha secuestrado a unos diez mil niños, en muchos casos matando a sus padres, para paliar su carencia demográfica en esas edades y adoctrinarlos como bots del putinismo. También ha pintado con dibujos infantiles y con el mensaje “para los niños” los misiles que ha lanzado contra escuelas y guarderías. Rusia ha destruido sistemáticamente decenas de miles de viviendas civiles en una feroz agresión deliberada, no contra el ejército ucraniano sino contra la población. Los gañanes y hampones que recluta han robado los juguetes de los niños ucranianos tras asesinarlos maniatados, y han mostrado a sus parejas, mediante videollamadas, el interior de las viviendas para que eligieran los “regalos” a saquear, generalmente electrodomésticos. Encima de asesinos sanguinarios, los ocupantes rusos son una chusma de rateros de la peor calaña. Son más de cuarenta mil los crímenes de guerra documentados conforme a los criterios internacionales. Y la sociedad rusa es, en muy gran medida, colaboradora necesaria. 

Con pocas excepciones, como Alexéi Navalny o como el líder del Partido Libertario, Boris Fedyukin, la sociedad rusa justifica los crímenes de guerra. Se suceden en la televisión los políticos y tertulianos que critican a Putin, pero por blando. Uno de los presentadores más conocidos afirma tranquilamente que se debe ahogar de manera sistemática a todos los niños de habla ucraniana. Un político pide sin inmutarse que a los soldados cautivos se les mantenga apenas con vida para sacarles constantemente sangre para las tropas rusas, hasta que mueran exangües. Otro pide campos similares a los del Tercer Reich, pero luego llama nazis a los ucranianos. El ruso medio no ignora la crueldad extrema, espeluznante, que ejerce su país, sino que la ha aceptado y normalizado. Sonará duro, pero el ruso medio no es inocente, como no lo fue el alemán medio durante el nacionalsocialismo. La Ilustración y el liberalismo político que construyeron un mundo próspero y civilizado, pasaron de largo en Rusia. El Estado ruso es terrorista, sin lugar a dudas, y el ruso medio, salvando las pocas y honrosas excepciones, es cómplice.

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