Opinión

La Rusia normal está despertando

Esta semana hemos sabido que la soprano rusa Anna Netrebko ha sido la última figura de la cultura en romper con el régimen de Vladimir Putin y condenar expresamente la salvaje invasión y exterminio que está perpetrando en Ucrania. Pero mucho mayor impacto mediático tuvo, hace unas semanas, la acción intrépida de la periodista Marina Ovsyannikova al colarse en el plató del telediario ruso con un cartel que decía “no te creas la propaganda. Aquí te mienten. Rusos contra la guerra”. Ovsyannikova es ya una nueva heroína de la libertad en una Rusia que necesita escoger bien la pastilla necesaria para despertar de Mátrix. Detenida, interrogada por catorce horas y de momento multada, correrá la suerte que el régimen reserva a cuantos se oponen a su brutal escalada de represión interna e imperialismo exterior.

Ya se ha perdido la cuenta, pero el número de detenidos por las protestas contra Putin y su invasión de Ucrania supera como mínimo los doce mil en todo el país, desde Kaliningrado a Vladivostok. Entre los detenidos hay numerosos activistas de los partidos políticos de la oposición real, los que no se sientan en ese parlamento de cartón que es la Duma de Putin. Allí prácticamente sólo están, junto al partido del presidente (que disfruta de una inconcebible mayoría absolutísima, imposible de obtener en un sistema político normal), los vestigios del Partido Comunista soviético y la fuerza política fascista de Vladimir Zhirinovsky. Comunismo y fascismo son las ideologías que Putin esparce por el mundo para debilitar a Occidente, mientras él representa en Rusia una especie de fusión pragmática de ambas cosas, una suerte de nacionalbolchevismo (nazbol), aunque moderado en comparación con el que su ideólogo de cabecera, Aleksandr Dugin, registró como partido años atrás, tan violento que hubo de ser ilegalizado.

Así pues, la oposición a Putin es extraparlamentaria y se encuentra en las calles, cuando no en las cárceles o en el exilio. Junto a la potente organización del preso político por antonomasia, Alexéi Navalny, a quien Putin intentó asesinar envenenándole y ahora ha vuelto a condenar a nueve años de prisión, hay multitud de otras entidades en lucha contra la dictadura. Se cuentan por centenares los militantes del pequeño Partido Libertario de Rusia detenidos en los últimos años por protestar pacíficamente. En las primeras semanas de la invasión de Ucrania, muchos de ellos estuvieron entre los principales organizadores de las protestas. El régimen ha arrestado en marzo a dirigentes libertarios como María Ivánova y Alexander Alkhimov en Moscú, Valeria Alekseeva y Leonid Skaletsky en San Petersburgo o Roman Novgoródov en Nizhny Novgorod. A la militante Marina Matsapulina, de San Petersburgo, fue a la primera que acusaron de un delito francamente innovador: “terrorismo telefónico”, que incluye todo lo que uno puede hacer con un móvil para oponerse al régimen: tuitear, enviar cosas por WhatsApp, convocar protestas pacíficas... todo eso es ahora ilegal. Y por supuesto, también el porpio presidente federal del Partido Libertario, Boris Fedyukin, fue arrestado en su ciudad, Samara, y se le mantuvo varios días en prisión: lo del habeas corpus no parece estar de moda en Rusia.

El régimen no tuvo reparos en detener a la anciana heroína de guerra Yelena Osipova, superviviente del asedio a San Peterburgo, por manifestarse contra la invasión. Las imágenes de detenciones fluctúan entre lo brutal y lo surrealista. Últimamente, como se ha prohibido emplear palabras como “guerra” o “invasión”, los manifestantes salen con un cartel en blanco, pero incluso así los detienen tras intentar que indiquen el significado. Y si no queda claro qué quieren decir con el lienzo vacío, se les arresta igualmente, por si acaso. El régimen autoritario se está tornando totalitario a ojos vista con esta policía del pensamiento, los delitos telefónicos y el cierre en marzo de los tres últimos medios semilibres que quedaban. El último, Novaya Gazeta, que esta semana ha comunicado la suspensión de sus actividades. Putin intenta ahora sustituir Internet por una inmensa Intranet sólo rusa, RUnet, con la obligación de que todos los servicios estén alojados en servidores ubicados en territorio nacional, de manera que sea sencillo intervenirlos cuando quiera el régimen.

Pero los rusos que quieren ser libres y que no compran el relato nacionalista e imperialista del Kremlin, lejos de dejarse amedrentar, están cada vez más decididos a provocar la sustitución del régimen. Lo necesita Rusia y lo necesitamos todos. Es crucial para la paz y la seguridad mundiales que la Rusia de verdad despierte y se libere de la dictadura, pero no lo hará sola. Debemos ayudar a los rusos a desembarazarse de un régimen que está mutando en una gigantesca Corea del Norte. Lo que Putin ha hecho esta vez es tan grave que debe conducir a su final político, a un cambio de liderazgo, a un presidente con el que se pueda hablar y a una Rusia dispuesta a integrarse en el mundo occidental al que por cultura pertenece. Por Ucrania, por Rusia y por nosotros, Putin debe caer.

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