Opinión

Trump, camino de la trena

El 6 de enero de 2021 ha pasado ya a la historia de los Estados Unidos de América como una fecha negra, muy triste, la antítesis quizá del 4 de julio o de otros grandes días en la construcción del país por parte de los “founding fathers” a finales del siglo XVIII. Fue el día en el que un presidente de los Estados Unidos, como si de un vulgar Tirano Banderas latinoamericano se tratara, se atrincheró en la Casa Blanca rechazando el veredicto de las urnas y a punto estuvo de darse un autogolpe para permanecer en el poder por la fuerza. Hasta ahora, todo el mundo había creído que Trump tiró la toalla, que su último acto relevante fue la arenga a sus seguidores durante el mitin celebrado horas antes de la sesión parlamentaria que habría de contar los votos electorales, y después de eso se convirtió en un espectador pasivo. 

Parecía claro que, tras instigar sin instigar, diciendo sin decir, obligando a leer entre líneas, Trump se retiró a seguir los acontecimientos desde el despacho oval, dolido con Mike Pence pero sin hacer ya nada más por provocar el descarrilamiento del debido proceso constitucional. Sin embargo, los últimos testimonios, y particularmente el de la asistente presidencial Cassidy Hutchinson, lo cambian todo. Hutchinson ha revelado bajo juramento, ante la comisión parlamentaria que investiga aquellos terribles sucesos, aquella mancha de proporciones históricas sobre la república norteamericana, que Trump supo en todo momento lo que estaba pasando, fue consciente de la gravedad de la situación y, lejos de tratar de detener la insurrección violenta de sus partidarios, estuvo a punto de sumarse a ella personalmente. Tanto es así que tuvo que ser el jefe del Servicio Secreto (el pequeño cuerpo de seguridad destinado específicamente a la protección del presidente) el que le impidiera ponerse al volante de la limusina presidencial al término del mitin, cuando los agentes rehusaron llevarle al Capitolio para unirse a las huestes que, procedentes de todo el país y portando en muchos casos armas de fuego, habían acudido a Washington respondiendo a su llamamiento y dispuestas, literalmente, a todo. 

El Servicio Secreto sólo puede contradecir las órdenes expresas del presidente en un supuesto: aquel en el que el propio presidente ponga en riesgo grave su propia seguridad o su vida. Obviamente, participar en el asalto ilegal al parlamento del país acaudillando a una turba violenta incurría de lleno en ese supuesto, y el jefe de los agentes, Bobby Engel, tuvo que tomar del brazo a Trump y sacarle del coche por la fuerza cuando ya estaba casi sentado al volante. Engle estaba presente cuando uno de los agentes, Anthony Ornato, le relató los hechos a la testigo esa misma tarde, y confimó lo ocurrido. A partir de ahí las versiones varían. Al parecer el conductor de la limusina presidencial y otro de los agentes niegan que el propósito de Trump fuera conducir el vehículo personalmente, y también que el presidente se resistiera físicamente, pero sí corroboran que al marchar del recinto del mitin, en el lugar llamado Las Elipses, Trump exigía iracundo ser llevado al Capitolio. 

Trump no habló en público cuando los golpistas tomaron la sede de la soberanía que él había jurado defender. Retrasó deliberadamente su brevísima comparecencia ante el país y cuando lo hizo ni siquiera condenó con rotundidad lo sucedido. Es muy necesario para la definitiva clarificación de los hechos que se continúe interrogando bajo juramento a cuantas personas estuvieron presentes en el mitin, y junto a Trump en las horas anteriores y posteriores. En Las Elipses, Rudy Giuliani instigó claramente a los trumpistas a hacer un “juicio por combate”, un término conocido en la jerga estadounidense que significa algo así como “tomarse la justicia por su mano” con una supuesta legitimidad para hacerlo. Y eso fue lo que hicieron. Construyeron un patíbulo para ejecutar mediante ese juicio por combate el vicepresidente de los Estados Unidos, contando en todo momento con la tácita aprobación del presidente. Allanaron el parlamento y buscaron con intenciones violentas a la presidenta de la Cámara de Representantes. Aterrorizaron a diputados y funcionarios. De milagro pudieron los agentes del Servicio Secreto proteger la vida del vicepresidente Pence. Todo esto no puede quedar impune. Hay que llegar hasta el final en sede parlamentaria, pero es sobre todo la fiscalía la que debe ahora actuar conforme a las nuevas informaciones. Y, llegado el caso, Trump debe ser juzgado y condenado por sus delitos. En la trena estará en su salsa, pues refleja ese mundo hosco y brutal con el que tanto se identifica este títere de Putin que, dopado de apoyos espurios, llegó al despacho oval y arrastró por el fango el hogar de los libres. Perdiendo la Casa Blanca, Putin perdió la paciencia. El resultado está a la vista en Ucrania. Trump será juzgado por la historia, pero ayudará mucho que también lo haga la Justicia.

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