Opinión

Un nuevo Núremberg

Foto: José Paz
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El Tribunal Internacional de Justicia abrió una causa sobre las supuestas atrocidades ucranianas en el Donbás. Los combates más duros y cualquier posible acción contra civiles quedan entre seis y ocho años atrás. Rusia ha tenido todo ese tiempo para documentar lo que dice que ha pasado y para instar un procedimiento contra Ucrania. No sólo no lo ha hecho, sino que, cuando la parte denunciada ha logrado que el alto tribunal se ocupe del asunto, no ha comparecido en la vista, no ha enviado un solo documento y finalmente ha desacatado la medidas cautelares, principalmente el cese de la invasión. A la vista de este comportamiento de la parte rusa, parece obvia la debilidad de su caso respecto al Donbás, y en cambio adquiere una fuerza incuestionable la evidencia de que estamos ante un Estado prófugo de la Justicia, mendaz hasta extremos que cuesta creer, y capaz de cometer los crímenes más abyectos que pueda imaginarse. En Bucha y otros lugares, las violaciones y torturas han sido sistemáticas, como también la búsqueda de supervivientes para matarlos, a veces maniatados, antes de abandonar la localidad. La inhumanidad que está exhibiendo Rusia es comparable a la del genocidio de Rwanda. La soldadesca inculta y criminal de Rusia ha llegado a robar los juguetes de los niños que mataba o mandaba al exilio, y a presumir del botín hablando por teléfono con sus esposas y madres. Es decir, es la sociedad rusa la que está enferma, muy enferma. La enfermedad es el nacionalismo totalitario, y la única cura es una humillación equivalente a su magnitud.

No estamos ante una guerra normal, en la que los contendientes intentan destruir la capacidad bélica del enemigo para rendirle. Tampoco estamos ante una invasión normal, orientada a la ocupación del territorio para sustituir su gobierno por uno distinto. Lo que está haciendo la Federación Rusa en Ucrania es sencillamente la total y absoluta aniquilación del país y de sus habitantes. Un reciente artículo de la conocida agencia rusa RIA-Novosti llamaba a la eliminación de la cultura y de la lengua ucranianas, a la matanza de toda la élite social, a borrar la nación ucraniana de la Historia. Los ucranianos tendrían que permanecer en el extranjero o someterse a Rusia como ciudadanos de segunda en un país vasallo o anexionado. La acción rusa incurre en el tipo penal de genocidio porque, a juzgar por el texto de RIA-Novosti, el propósito es exterminar a los ucranianos por su mera condición de tales, como si fueran una plaga. Y si no prospera el cargo de genocidio, como mínimo son crímenes de guerra conforme a la Convención de Ginebra. La respuesta del mundo debe estar a la altura de su extrema gravedad.

Los hechos merecen una doble respuesta. Por un lado, al Estado ruso. Y por otro, a Putin y a los autores de esta salvajada. La primera respuesta implica la expulsión y el ostracismo de Rusia respecto a la comunidad internacional. Rusia no puede ser miembro permanente del Consejo de Seguridad, ni tener derecho de veto. Es más, la práctica unanimidad de la resolución aprobada en marzo debería conllevar la creación de una coalición internacional bajo el paraguas ONU, como la que en su día se formó para detener la agresión norcoreana a Corea del Sur. Rusia debe afrontar las responsabilidades que como Estado le corresponden, y ello incluye reparaciones de guerra trillonarias para reconstruir hasta la última papelera destruida. Si Rusia debe endeudarse y pasarse veinte años pagando, que lo haga. Dos países vencidos en la Segunda Guerra Mundial, Japón y Alemania, terminaron incorporándose a Occidente y en apenas una generación se situaron en el pelotón de cabeza del mundo liberal-capitalista. Rusia también puede, pero para ello, para que podamos pagarle un Plan Marshall y un “milagro ruso”, primero deberá pasar por la fase de humillación que curó y saneó a esos dos países. Es imprescindible una dura terapia de choque para desprogramar a la sociedad rusa borrando su nacionalismo sectario, delirante y criminal. Es necesario desnazificar a los rusos como en su día a los alemanes y a los japoneses.

La otra respuesta es la que debemos dar a los dirigentes. Debe abrirse una causa en la Corte Penal Internacional o establecerse un tribunal específico como el de Rwanda o el de la ex Yugoslavia. Hay que dictar órdenes internacionales de busca y captura contra cientos, quizá más de un millar de personas, desde los mandos militares de bajo rango que han tolerado u ordenado los crímenes de guerra, hasta el propio Putin. Tanto si se le puede capturar, quizá mediante un comando de élite o tras su caída en un golpe palaciego, como si se le juzga en rebeldía, el mundo necesita el relato preciso y documentado de sus crímenes. Hace falta un Núremberg para vencer al mal en estado puro que representa el régimen de Vladimir Putin, el segundo Hitler o el segundo Stalin de esta desdichada Europa.

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