Opinión

Washington, Brasilia y…

Dos años y dos días. Eso es lo que ha tardado el allanamiento del Capitolio Nacional de Washington en producir su primera clonación. Y es óscar es para… ¡Brasil! Con el realismo mágico que caracteriza a los latinoamericanos, no podía limitarse la réplica al poder legislativo: ellos tenían que ser más e invadir las sedes del legislativo, del ejecutivo y del judicial, que para eso están los tres pegados en la artificial ciudad de Brasilia. El resto del show sí ha sido un calco: militantes cegados por la ideología y armados hasta las cejas, feligreses convencidos de estar salvando el mundo rosario en mano, mil y una banderas nacionales, algún lunático de abigarrado atuendo como homenaje al chamán aquel de los cuernos, mucho destrozo material para solaz de las empresas que lo repararán y de los políticos que escogerán proveedor y mordida, mucho cristal roto. Pero las cosas en Brasil, por aquello del ritmo tropical, van más despacio. En los Estados Unidos, los ultras acudieron desde los estados más remotos al mitin de Trump cuyo nombre formal, “Protesta Salvaje”, no defraudó. Allí, en la llamada “área 8”, frente al edificio Russell, se dejaron arengar bien arengados e iniciaron la corta marcha hasta Capitol Hill. El acto ni había terminado cuando empezaron a salir las primeras turbas. Giuliani aún estaba incitándoles al “juicio por combate” mientras algunos anudaban la cuerda para el patíbulo destinado al vicepresidente Pence. En Brasil no. En Brasil se tomaron su tiempo a ritmo de samba, concretamente una semana. Quizá les descolocó Bolsonaro al instarles a seguir en la lucha mientras él se largaba a Florida en un jet pagado por los contribuyentes. “Es más falso que el lema de Brasil”, dicen algunos de sus detractores. Ese lema, “orden y progreso”, lucía en la bandera de los asaltantes mientras destrozaban el mobiliario con mucho orden y de forma progresiva.

Desde la derrota electoral, Bolsonaro estuvo jugando a la ceremonia de la confusión. Insinuaba fraude pero no presentaba denuncia ni pruebas. Alentaba las protestas y cuando se tornaban violentas callaba o lo reprochaba tan bajito que no quedaba claro. Desde los Estados Unidos, el día de autos, hizo como que condenaba el triple asalto porque se salía “de la regla”, como si los estragos literales fueran una leve falta administrativa merecedora de multa y ceño fruncido. Luego, ya este pasado miércoles y tras sufrir un perrenque abdominal relacionado tal vez con los hechos, empezó a apoyar en las redes sociales a los golpistas, para borrarlo dos horas después todo. La neuropolítica de este señor parece bipolar. Sí es directo y claro su reciente hallazgo como historiador la dictadura militar hizo mal en torturar a los opositores y debería haberlos matado, que si no después pasa lo que pasa. Ah, pero él se cree un demócrata sin tacha, como toda esta “nueva derecha” que tiene un pie en las instituciones de la democracia liberal y el otro fuera de sus límites. Bolsonaro es un consumado artista de la insinuación a buen entendedor, de la incitación discreta, del decir sin decir, del arrojar la piedra escondiendo el cuerpo entero allende las fronteras de la amada patria.

El análisis concreto de lo sucedido en Brasil tiene poco recorrido. Baste decir que es una desgracia que los brasileños hayan tenido que elegir entre dos rusófilos: un comunista y un fascista. Y peor aún que el resultado haya sido tan ajustado como para facilitar este tipo de sucesos. No cabe mucha duda de que los partidarios de Lula, de haber perdido por el mismo margen, habrían rechazado igualmente el resultado y la habrían liado igual de parda. A fin de cuentas, como dijo algún escéptico, Brasil es el país del futuro… y siempre lo será. Lo que sí resulta relevante es analizar la batalla de Brasilia en el contexto de la guerra global que ha desatado la antes mencionada nueva derecha. Lo de Washington y Brasilia puede reproducirse. Si Orbán, por ejemplo, pierde por décimas, ¿hará lo mismo? Pero más grave es la reconversión del viejo conservadurismo civilizado, institucional, burgués, reaganiano, thatcheriano, en una caterva global de vándalos incultos, conspiranoicos y sectarios. Escrachar a mandatarios, tomar edificios y recurrir a la violencia política, solía ser cosa de la izquierda radical. Ahora lo hace también esta nueva derecha, el chavismo del otro extremo. ¿Lo hará aquí Vox, llegado el caso? Ya hubo un breve asalto de partidarios suyos al Ayuntamiento de Lorca. En varios países bloquean carreteras y montan piquetes. Ottawa estuvo paralizada tres semanas en 2022. Esta gente no está en campaña política, está en una cruzada. No busca convencer, sólo vencer. Las sospechas se dirigen en Brasil al evangélico extremista Eduardo Bolsonaro, hijo del ex presidente. Politólogos de todo el mundo explican que una parte de la derecha convencional, desesperada por la evolución cultural del mundo, ya no cree posible alcanzar sus objetivos nacionalistas y moralistas en el seno de la democracia liberal. Por ello se alía con los ultras que hasta ahora eran extra-institucionales. Para derribarla.

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