Opinión

75 años después

Una vez que los políticos han regresado a sus casas y que las cámaras de televisión también se han ido, llega el momento de la reflexión, sí, de reflexionar sobre lo que nos han pedido poco más de un centenar de supervivientes de Auschwitz: que no se olvide nunca lo que paso allí.

No es una petición que deba de caer en saco roto. En estos en que los partidos populistas y extremistas empiezan a aflorar con fuerza y en que al antisemitismo está de nuevo presente, es una obligación ética y moral la de recordar que sucedió en Auschwitz y en el resto de los campos de exterminio. Si el infierno existe sin duda estuvo allí, en Auschwitz y en los otros campos.

Yo he visitado Auschwitz y les aseguro que ha sido una de las experiencias más duras y dolorosas a las que me he enfrentado en mi vida. Por eso siento una indignación profunda hacia los que visitando Auschwitz no tienen más ocurrencia que hacerse un selfi (como hemos visto estos días). Me pregunto qué hay dentro de la cabeza de quienes son capaces de tamaño desatino. 75 años después de que el Ejército Rojo liberara Auschwitz aún hay grupos negacionistas, auténtica gentuza de una maldad indescriptible que es capaz de afirmar que el Holocausto es un invento, que aquello no existió. Y ya que es evidente la ola de antisemitismo que recorre el mundo es especialmente despreciable la actitud de quienes quieren obviar que los judíos fueron las principales víctimas de Hitler y sus secuaces. Porque lo que Hitler pretendió fue borrar de la faz de la tierra a los judíos e industrializó el asesinato a través de las cámaras de gas.

El Holocausto es el episodio más terrible de la historia de la humanidad y nunca, nunca deberíamos de olvidarlo. ¿Qué pasará cuando no quede ningún superviviente? ¿Qué pasará cuando no haya nadie que nos pueda relatar lo que supuso vivir en el infierno? Los pocos supervivientes que quedan son ancianos, muy ancianos y lo que más les angustia es que se olvide lo que sucedió. Y tienen razón, no nos podemos permitir el olvido. Creo que una de las maneras de impedir ese olvido sería que en las escuelas se estudiara de manera precisa lo que fue el Holocausto. No estaría de más que uno de los libros de lectura imprescindibles en los colegios fuera la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi.

75 años después tenemos la obligación de hacer lo imposible para que las generaciones futuras sepan que el Infierno se llama Auschwitz.

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