Opinión

Abuso sexual explícito

"El grito" (1893), del expresionista noruego Edvard Munch, se ha convertido en el icono moderno de la angustia existencial.

 Munch pintó el cuadro como parte de una serie más amplia titulada “Un poema sobre la vida, el amor y la muerte”, del que hizo más de medio centenar de versiones. Una de ellas fue subastada en mayo de 2012 por 120 millones de dólares. 

 “Vida, amor y muerte”; por esta obviedad alguien ha pagado en Nueva York la friolera de ciento veinte millones de pavos. El hombre del cuadro ni siquiera está gritando, sino protegiéndose los oídos del ruido. Tras él se ve el fiordo de Oslo, y es la perspectiva distorsionada y las líneas escabrosas y serpenteantes lo que de forma tan visual se nos antoja como un alarido infinito que parece atravesar nuestra alma al contemplarlo. 

 El berrido. Me ocurre a mí casi a diario. Pronto empezaré a hiperventilar. No oigo ni leo más que barbaridades. Resulta que ahora todos los hombres son libidinosos mientras no se demuestre lo contrario, menos los feos, que aunque se demuestre lo contrario también somos libidinosos. Es más, por el hecho de ser hombres, tal como van las feministas y otros corifeos, pronto seremos catalogados como violadores presuntos. Y sí, yo dije piropos, hice promesas, acosé con poemas espantosos, flirtee insistentemente y robé besos en vez de cubrir instancias. De eso puede dar fe mi señora. Y sí, entre Catherine Deneuve y Oprah Winfrey media un abismo: que yo tengo malos ratos pero no malos gustos.

 Andan por ahí las del “Mee too” haciendo peña, que tal parece que el tal Harvey Weinstein se pasara por la piedra a medio Hollywood. No lo dudo. Así son las estadísticas: unos comen las naranjas y otros pasan la dentera. Pero no se nos puede meter en el mismo saco a todos los papanatas. Nadie me habla de las “Mee no”, las que no aceptaron propuestas indecentes o no creyeron en pajaritos preñados; ni de las del “I do”, las que sacando sus armas de mujer –basta ver las lagartas que pululan por los festivales de cine- intentan sacarle el papel a otras actrices más capacitadas pero tal vez menos ligeras de cascos y no tan dadas a la putería. “Fáciles” no voy a decir, que me condenan a galeras.

 No quito ni pongo rey pero ayudo a las sensatas. Y no, Sarah Hall, una mamá inglesa de 40 años no lo es; esta señora ha iniciado una cruzada para que el cuento de la “La bella durmiente”, sea retirado de la biblioteca del colegio de su hijo. Seis años tiene el angelito. Pero la señora Hall cayó en la cuenta del “abuso sexual explícito” que se comete cuando el Príncipe, mientras todavía duerme, le da un beso a Blancanieves (vamos, que le hace el boca a boca) sin su formal consentimiento aunque sea para volverla a la vida tras haber probado una manzana envenenada. Lo dicho. El grito. En el cielo Mrs. Sarah, ¿o lo suyo también es incesto si besa a su hijo en la boca?

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