Opinión

Amor y dignidad

El amor y la dignidad no pueden compartir la misma morada (Ovidio)

Siempre me acobardaron las mujeres guapas. De joven las acariciaba desde lejos, como si fueran venenosas. Me pasé horas apostado en el recodo del desprecio para poder tartamudear “hola” a una chica rubia que conocía de vista. A veces me fustigaba con su mirada; otras restañaba mis heridas con su sonrisa. Era la estética del mal. Un día la vi morreando con un tipo ya canoso y me tragué aquel pan ensangrentado como si fuera el cuerpo y la sangre del redentor. Que nos traguemos el orgullo tiene un pase. Pero jamás debemos perder la dignidad.

Me viene a la mente el cuento de aquella princesa que estaba buscando consorte. Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes con maravillosos regalos para cortejarla. Un plebeyo que no tenía más prendas que la perseverancia también le abrió su corazón: “Princesa, te he amado toda la vida. Como no tengo tesoros para darte, en prueba de mi amor estaré cien días bajo tu ventana sin más alimentos que la lluvia ni más ropas que las que llevo puestas. Esa será mi dote”. La princesa conmovida aceptó. “Si pasas esa prueba me desposarás”. El pretendiente permaneció a pie de sufrimiento soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear. Sin desfallecer un solo momento. Al llegar el día noventa y nueve toda la población salió a animar al futuro monarca. Pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de todos y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar. “¿Qué te ocurrió? –le preguntaron al día siguiente sus paisanos- Estabas a un paso de alcanzar la meta ¿Por qué perdiste esa oportunidad?” El plebeyo con profunda consternación contestó: “La princesa no me ahorró ni un solo día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor”. 

Querer a alguien no significa tener que aceptarlo todo, incluido su desdén; las personas tienen que hacerse merecedoras del amor que se les ofrece. “Donde no puedas amar, no te demores”, decía Frida Khalo. Pero los humanos somos muy dados a montar guardia ante cualquier cuchitril para dar cobijo a ese animal herido que todos llevamos dentro. Amar no es depender. En el amor no importa tanto quiénes somos, cuanto que se nos acepte como somos. Incluso si se tratase del amor de un día, incluso si sólo fuese un calentón fugaz, ese día tiene que ser vivido con dignidad.     

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