Opinión

Bazofia objeto de deseo

La privacidad es un secreto a voces, la bazofia es objeto de deseo y la vulgaridad se ha convertido en cualidad universal. La tecnología nos está robando la intimidad y la peña se refocila en Wasap, Faceboock, Instagram como si estuviera oculta en un bunker bajo tierra. 

Las carabinas del siglo XXI -los smartphones- saben qué hacemos, dónde estamos, con quién compartimos besos y decúbitos, y aún por encima lo cacarean como chismosas marujas. ¿Has entrado en una app, en una red social, en una web porno? Pues allí has dejado una baba indeleble cuyo rastro seguirán los sabuesos de Big Data como los paparazzi hostigan a la farándula. 

La privacidad ya no es un derecho, es un privilegio de potentados marginales tecnológicos: cuando algo sale gratis en Internet es porque la mercancía es uno mismo. Vale más no tener email. Sé lo que digo:

Un paisano se entera de que en Microsoft se precisan barrenderos. El jefe de mantenimiento le hace un examen, lo ve barrer y le felicita: “El puesto es suyo. Deme su email para enviarle el contrato”. El paisano manifiesta que no tiene Emilio. “¿No tiene email?, entonces virtualmente no existe; lo siento mucho, si no existe, no puedo darle el trabajo”.

El hombre sale desolado, no sabe qué hacer, solo le quedan 20 pavos de fortuna (esto sucede en EEUU, claro; aquí tendría paro, ayudas, cursos online y todos los ministros perroflautas ensalzando su “far niente”). Entonces decide ir al mercado de frutas y verduras; compra una caja de tomates de 10 kg., se va de casa en casa vendiendo al menudeo: en menos de dos horas ha duplicado la pasta; repite la operación tres veces ese día, se percata de que de esa forma puede salir adelante. Cada mañana se levanta más temprano, duplica, triplica, cuadriplica. Logra comprar una furgoneta, luego un camión de reparto; a los tres años ya tiene una flota de transporte (insisto en EEUU, aquí en tres años, ni siquiera conseguiría el nihil obstat burocrático). 

El caso: el buen hombre, en cinco años, es dueño de una de las principales distribuidoras de alimentos del país. Entonces recibe a un agente de seguros para apuntalar la flota; al terminar la conversación éste le pide que le facilite el email para enviarle la póliza. “No tengo”, contesta el magnate. “¿No tiene email y ha levantado este imperio? No puedo ni imaginar qué sería usted si lo tuviera”. “Sería –contesta el paisano decidido- barrendero de Microsoft”. 

Moraleja: si esta historia te llega por email es probable que estés más cerca de ser barrendero que multimillonario. Y por supuesto expuesto a un virus, a un spam, o un chantaje  cibernético.   

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