Opinión

La cara oculta de la Luna

Mi noche -¡yo y mis noches, ay!- se ha incendiado en un infierno de agujeros negros y de tiros blancos cuando, hermosa como un sol, has salido a 'tomar algo' con esa extraña amiga tuya de la infancia. ‘Un compromiso ineludible’, me dijiste. ¿Desde cuándo?, enloquecí, si tus amigas hace tiempo que ni el compromiso cumplen de los cumpleaños.

Al igual que la de aquellos ascetas solitarios de pellejo acecinado y dilatadas pupilas que enfebrecidos por el ayuno perpetuo y la vigilia creían ver a Dios, así mi mente, abrasada por los celos, me ha hecho ver hasta la cara oculta de la luna.

En el fragor de la rabia se estremecieron los sillares donde se supone que se asienta la cordura. ¡Dios mío!, invoqué, tomando una vez más su nombre en vano. ¡Cuántas veces la negué como un San Pedro! ¡Cuántas la ofendí de madrugada hasta que quedaron afónicos los gallos! ¡Cuántas, ay, ‘para llegar temprano es tarde’, me decía, y ‘para llegar tarde es temprano’, me burlaba! Y recé. La sospecha nos hace maldecir, el sufrimiento nos hace más cristianos.

Varón p’a quererte mucho. Ahora retumba en mi mente la milonga sen- timental y despiadada, de aquella frase mordaz, de aquel reproche velado, de aquel ‘te quiero’ omitido, de aquel beso escatimado, de aquella caricia reprimida, de aquel suspiro que no quise oír, de aquella lágrima que no supe enjugar, de aquel poema que se ahogó en el tintero, de aquel ‘perdóname’ que no quise pronunciar, de aquel ‘¡mentira!’ que tanto desgasté, de aquel orgasmo que no me importó que fingieras, de aquella estrella que no logré envolverte en celofán. Mil veces me olvidé de llamarte, muchas más, ¡ay! te tomé por imbécil, infinitas no intenté ni siquiera convencerte. Ahora veo el mundo al revés, con los mares en las cumbres, en los desiertos los peces, las ranas con rastras y los burros por el aire, aunque esto resulta muy frecuente: ‘Stultorum infinitus est numerus’, menos mal que solo volamos unos cuantos, si no, no se podría ver el sol.

Llegaste con el alba. Sonriente. Sacaste los tacones. ‘Sin tacón no hay reunión’ murmuraste sofocada. Nos amamos. Con tu vehemencia apagaste mis sospechas. Con tus caricias encendiste mis anhelos. ‘No la veía desde el instituto, me dijiste. Ahora duerme. Mañana te cuento más. ¿Es muy buena oncóloga, sabes? Y me ha dado muchas esperanzas’.

Y ahí fue cuando me desperté ¡Benditas pesadillas! La ‘quimio’ me hace ver monstruos por doquier. Lo que sí, eso de no creer en Dios voy a tener que replanteármelo, qué diablos. 

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