Opinión

Un club de alterne

Uno, por satán, sabe latín: en las grandes ciudades -pongamos que hablo de Madrid-, si me entran ganas de ‘meaquis’, con ‘triquitraquis’, voy al Palace. O al Ritz. Si ando por el barrio de Salamanca, entonces voy al Wellington. Impolutos, los W. C. de estos hoteles no están ‘restringidos solo a los clientes’, como en las hamburgueserías cutres; además me tratan como un señor. Y lo soy: caga el rey, caga el papa y sin cagar nadie se escapa. Así que les estampo la rúbrica y salgo tan campante. Xa volo dixen (en gallego suena aún más contundente) en un anterior artículo: ‘Es un trampantojo, imbéciles’. Y me cito –y lo repito- aun a riesgo de que digáis que soy un plasta. Ilusos –os decía yo a vosotros-, si creíais que armados con vuestro voto ibais a cambiar España. La ilusión duraría lo que durara el escrutinio. Luego vendrían los pactos, las chapuzas, las mentiras soterradas, el donde dije digo, digo Diego, las puñaladas traperas. Las putadas. Incluso os decía que aunque de momento me pareciera una quimera, la ‘organización sin autoridad’ no sería ninguna gilipollez. Y aquí lo tenemos. España sigue funcionado, tan campante, con un Ejecutivo en funciones. En funciones de campaña electoral, para más (des) gracia. 

Lo sabía, insisto. También por viejo. Como ahora, por venéreo, sé que estos procaces titiriteros no muestran más que sus modales y maneras de fulanas. ‘No, nunca, jamás’, dice Sánchez a Rajoy, pero quién sabe, a lo mejor es solo para subirle el precio. Iglesias se morrea con Domènech, y entre insultos y aspavientos de meretriz le dice a Sánchez que Podemos es una ‘fábrica de amor’ y que no encontrará tanto amor ‘en las derechas’. Y ofrece su despacho en el Congreso para un polvito rápido entre un diputado y una diputada (di putas va la cosa). Sánchez, así lo humillen e insulten, consiente como un cornudo sin escrúpulos. Rivera huele a ‘Nenuco’, eso dicen, pero se me antoja el menos indecente.

Se acuesta con quien sea y por extraño que parezca no pide un puesto a cambio. Rajoy es gallego, y su unidad de medida más exacta es ‘un poco más de un metro escaso’. Y porfía, terco, que no tenaz. Y quiere bailar agarrado, y darse el lote otra vez, aunque nadie lo quiera por pareja. Un pasito, al lado, es lo que tendría que dar este galán ya caducado. 

Total, volvamos al comienzo: a uno le entran ganas de jiñar con esto de los pactos y las propuestas –hueras- para formar gobierno. Y de paso volvamos a mi artículo: ‘Es un trampantojo, imbéciles’. Leedlo. Siempre que no tengáis nada mejor que hacer. Que ya sería no tener perdón. Como estas ‘sus señoritas’ que, sin recato, han hecho del Parlamento un club de alterne. Y con nuestro voto, papelinas que se pasan entre ellos. (Con todos mis respetos a aquellas -en este caso señoras- que trapichean con su cuerpo.)

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